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LA CORRUPCIÓN, MAL DE MALES QUE AGOBIA A LA SOCIEDAD Y AL ESTADO


La corrupción, mal de males que agobia a la sociedad y al Estado, es uno de los fenómenos que deben superarse en todos sus ámbitos del poder político. Económico y financiero, consideró el ex procurador General de la República, Sergio García Ramírez, al dar respuesta a la tesis del politólogo Carlos Reta Martínez al ingresar como miembro activo de la Academia de Ciencias Políticas de la UNAM.

En el marco de una sesión del Consejo de dicha Academia -constructora de funcionarios públicos federales-, celebrada en el aula Manuel M. Ponce, del Palacio de las Bellas Artes, el socio-politólogo, dijo que les reúne un doble acierto.

Por una parte, añadió, el ingreso de Carlos Reta Martínez a la Academia Mexicana de Ciencias Políticas; ésta recibe con naturalidad al colega que aporta su talento y su experiencia, su desvelo y su esperanza a la construcción del futuro.

Por otra parte, apuntó, la selección del tema que Reta Martínez aborda en su discurso: una cuestión crucial, decisiva, que enerva nuestra marcha como nación y frustra nuestro empeño como República.

En este sentido, destacó que la sociedad sufren porque ha notado que los ciudadanos están resignados o exasperados por no encontrar una pronta solución al flagelo que es la corrupción.

Si bien destacó que el INAP cuenta con una Academia formadora de funcionarios públicos, precisó que en México -que debe enfrentar graves injusticias y apremiantes necesidades- el funcionario público, como el Estado mismo, tienen un inequívoco deber social y moral que marca su filiación e ilustra su desempeño.

Y ese deber no se agota en la técnica ni se conforma en la neutralidad, ajeno al clamor de la muchedumbre. Posee un signo ético que le llega de la región más profunda de la historia, señaló.

En suma, subrayó, el funcionario republicano tiene el compromiso y la militancia que la nación dispone y aguarda. Así se medirá su conducta y se hará su juicio. A eso atiende el Instituto Nacional de Administración Pública, y así lo concibe y practica su esforzado presidente, hoy nuestro compañero en la Academia de Ciencias Políticas.

Carlos Reta Martínez habla de la corrupción, arraigada y opresiva. En mi concepto -precisó el doctor García Ramírez-, es el mal de males que agobia a la sociedad y al Estado, involucrados bajo el doble título de victimarios y víctimas, protagonistas y destinatarios. También se refiere Reta a la ética pública, uno de los remedios de esa enfermedad del cuerpo político.

En este aspecto, el jurista coincidió en el diagnóstico de Reta Martínez, y en su recomendación, que es enérgica y al mismo tiempo cautelosa, es la de ir atacando las raíces de la corrupción en México.

Y añadió: “Sabe que esta dolencia, por calificarla piadosamente, tiene muy honda raíz y que no será fácil sacarla de la profundidad en la que se ha internado, someterla a la luz y vencerla sin tolerancia ni claudicación, antes de que nos venza. Una extensa bibliografía se ha dedicado a identificar la corrupción, diagnosticar sus causas, ponderar sus efectos, sugerir sus vacunas y sus antídotos, discernir su tratamiento”.

Remarcó el doctor García Ramírez que la corrupción “ha estado entre nosotros por varios siglos, y amenaza prolongar su descendencia por otros más”.

Aprovechó la oportunidad para comentar una crónica interesante, de antigua fecha. “Hipólito Villarroel, en 1787, tituló una obra como Enfermedades Políticas que padece la capital de esta Nueva España. Y vaya que el Virreinato se hallaba sometido a plagas que lo convertían -dice el autor, con expresión devastadora- en ‘cloaca del universo’. No secundo la expresión, pero tampoco podría refutarla si se refiere, como sucedía, a la injusticia y a la corrupción. De aquélla habló Humboldt: denunció una desigualdad que no había conocido en otras latitudes.

Una desigualdad que persiste y nos lacera. En su turno, la corrupción, “enfermedad de las costumbres, guarda semejanza con la injusticia por su condición excesiva. Se asemeja a la mancha de aceite que se expande, o a la mala yerba que donde quiera trepa.

“Hay quienes dicen que se trata de una condición genética; lo es, pero sólo de la cultura -no de la biología- que va transmitiendo de generación en generación, asidua y perfeccionada, la corrupción que desembarcó en América con la divisa ‘acátese pero no se cumpla’”.

Quienes se refieren a la cultura de la legalidad, o mejor aún, de la juridicidad, no pueden menos que evocar esa divisa que consagró la doble manera de entender y aceptar la vida y conducir las relaciones sociales: una cultura de la ilegalidad, que cimentó la condición de los señores y de los vasallos.

Recientemente, el Presidente de la República se refirió a la corrupción como un problema de cultura. Le llovieron las críticas. Me parece que fueron injustas. Ciertamente, la corrupción clava el ancla en una cultura que la tolera e incluso la favorece y recomienda…

Reta Martínez comenta –dice el doctor Sergio García Ramírez-, esta situación es anómala, pero al mismo tiempo regular y acostumbrada, la hemos hecho nuestra, pero nuestras fuerzas no se movilizan para combatirla.

En su comentarlo, Reta pone a cada quien en su sitio: no solo al gobernante, viejo señor de autoridad y privilegio, sino también al nuevo señor de ambas cosas, el particular en ejercicio de poderes crecientes que llegaron con la nueva ola de la historia, el beneficiario del favor del Estado y del sudor del pueblo.

La corrupción -comenta García Ramírez del trabajo de Reta Martínez-, es un problema sistémico que se aprecia en todos los niveles sociales. De ahí que el académico examine la reducción del papel del Estado y el rol contemporáneo del sector privado en la corrupción de los asuntos públicos.

No es que de pronto el bueno se volviera malo y el malo, bueno; es que uno y otro, a una voz, resolvieron compartir las ventajas de una conducta desviada que convierte el hemisferio de la política y el hemisferio de los negocios en un solo mundo sin solución de continuidad ni fronteras.

Confundidos en un mismo proyecto arbitrario, los protagonistas del sector público y del sector privado -sostiene Reta Martínez-, “tienen culpas similares aunque responsabilidades diferentes”.

Ello huele a división del trabajo; éste es uno solo, convenido con un guiño, con un gesto de entendimiento; y es el escenario en el que cada quien hace su parte y despliega sus parlamentos.

Al final de la obra, todos salen a la escena, tomados de la mano, y se acomodan bajo el mismo diluvio de beneficios, que son los aplausos de la suerte para los actores afortunados.

Luego, el doctor García Ramírez entra al sentido de reflexión, al señalar: “Solemos creer que las leyes resuelven todos los males; transforman la existencia; siembran la justicia. Así lo creemos, aunque los escépticos lo niegan; pero la vida muestra, al poco tiempo, la razón que les asiste. Tengo fija una cita de Emilio Rabasa, que se refería a la Constitución de 1857, pero podría aplicarse a cualquier bosque de normas.

“Hemos puesto toda nuestra confianza en la ley -sostuvo el constitucionalista ilustre-, pero la ley ha demostrado siempre su incurable incompetencia”.

Exhortó a la sociedad en su conjunto a actuar con suma prudencia, al realismo, a la operación desde varios frentes, no apenas desde el bastión de las leyes, tan transitado y tan estéril.

Urgió sobre la necesidad de tener mejores leyes, por supuesto, para gobernar la vida colectiva, pero ser un país de leyes -de muchas leyes, minuciosas y ocurrentes-, no nos convierte en un estado de Derecho.

“En los últimos diez años -que son un suspiro- hemos emitido diez decretos de reforma constitucional acerca de temas penales, el instrumento más temible -y se supone que el más eficiente- en el arsenal persuasivo del Estado.

“Pero no parece que este torrente legislativo haya reducido un palmo la criminalidad que nos asedia. Ahora hemos vuelto la mirada y el entusiasmo hacia una frondosa reforma constitucional, adoptada en este mismo 2015, para construir con laboriosidad de romanos un aparato exuberante: el sistema nacional anticorrupción, colmado de novedades, amenazas y promesas”.

Al desear “buena y larga vida”, pero sobre todo vida útil para deshacer todos los entuertos que la corrupción consuma e impedir los que pretende, ese sistema es obra de la buena fe y merece el beneficio de la esperanza. Sin embargo -afirma el estudioso-, ocurre que estas construcciones normativas tan abultadas, estas figuras tan clamorosas, pueden tener la misma virtud de aquel legendario personaje mitológico: el golem de Praga, aparatoso, pero impotente”.

Manifestó su esperanza por tener los mejores resultados, “y procuraremos con todas nuestras fuerzas, contribuir a que se produzcan y que por una vez -aunque sea una sola- la inmensidad normativa ha tenido un buen parto, luz en el fondo del túnel”.

Y como hablamos de leyes, que recogen la voluntad del pueblo y suponen su aplicación, no podemos eludir otro tema estrechamente relacionado con el que ocupa la disertación de Reta Martínez y al que él mismo se refiere en algún pasaje de su discurso: la impunidad.

Las apreciaciones más optimistas revelan que la impunidad, en general, alcanza más del 90 por ciento, acaso el 95 -o más- de los ilícitos de que se tiene noticia, que no son, ni remotamente, todos los que se cometen.

Posteriormente expresa un apremio para encontrar las inmediatas resoluciones: “¿Cómo derrotar a la corrupción, aliada de la impunidad?

En los últimos años, dice, hemos rendido tributo a la transparencia. En este rumbo los pasos han sido considerables, y más lo serán cuando prevalezca, sin sombras ni subterfugios, una total transparencia de los actos de quienes afectan, con su conducta, el patrimonio y los derechos del pueblo; de quienes pueden convertir el patrimonio general en riqueza particular. A esto se refiere Reta. Obviamente, deberemos deslindar esa legítima transparencia de la ilegítima observación y la ilícita exposición de la vida privada de los ciudadanos, que merece respeto y exige distancia.

Insistió sobre el Sistema Nacional Anticorrupción cuyo establecimiento ocupa muchas páginas del Diario Oficial, y advierte: “En espera de su éxito, conviene reflexionar -sin bajar la guardia colmada de artillería-, sobre las virtudes que tendrá la otra vía sugerida por Reta Martínez.

“Sabe que debemos legislar y expedir códigos y reglamentos, no faltaba más, pero también sabe, aún mejor, que las soluciones -escribe al final de su discurso-: ‘No sólo pueden concebirse en torno a un aspecto como el normativo, pues también es necesaria la renovación de la sociedad a partir de inculcarle valores orientados a la búsqueda del bienestar común que tenga como objetivo generar beneficios sociales, económicos y políticos’

“En definitiva, lo que nos llevaría más lejos no es la ruta del aspaviento, sino la adopción genuina de los valores y principios de la sociedad democrática, sin necesidad de copioso discurso y con un mascarón en la proa: el ejemplo de los particulares, por supuesto, pero también de los funcionarios”.

Recordó que hace tiempo visitó México un insigne jurista italiano, Piero Calamandrei, y dictó una serie de conferencias magistrales bajo el rubro de política y derecho.

Analizó la majestad y las excelencias de la constitución democrática. Después del elogio recordó que hacen más por la democracia las convicciones, las costumbres y las buenas prácticas que las solemnes fórmulas de las leyes fundamentales.

Otro tanto se puede decir en el tema que nos ocupa, que es, por cierto, piedra de toque de una verdadera democracia, concebida como estilo de vida, según escribió Jaime Torres Bodet en el artículo 3o de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

La conducta moral y jurídica exenta de salvedades y fisuras logrará más que el edificio erigido para alcanzar el firmamento; aquello puede fincar un hogar para el pueblo; esto puede convertirse en una Torre de Babel.

Últimamente, dijo, se ha dado en hablar de la “justicia cotidiana”, tan enrarecida que nos importa mucho más que la justicia imperial de los altos tribunales, es decir, hablemos también de la “probidad cotidiana” cifrada en el ejemplo imbatible y silencioso. Esa probidad discreta y perseverante será el fruto por el que podremos conocer a los siervos de la nación, antípoda de las altezas serenísimas.

Así se recuperará, muy poco a poco, ese bien que hace tiempo perdimos en el camino sinuoso de la vida nacional: la confianza en quienes más debieran merecerla. Ya se ha dicho, en elevada tribuna, que vivimos acosados por la desconfianza, una especie de “Estado de Sitio” que es preciso romper con la única fuerza demoledora que lo podría: los hechos.

“Si no lo hacemos, persistirá el desconcierto y naufragaremos, una vez más, en un mar de palabras que no se reflejan en la conducta. Este es, me parece, el alegato sobresaliente en el discurso de Carlos Reta Martínez, a quien la Academia Mexicana de Ciencias Políticas recibe con beneplácito”, concluyó.


blasalejo@yahoo.com

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