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REFLEXIONES SOBRE EL PRI A UN MES DE LAS PASADAS ELECCIONES

Si como afirman nuestras propias declaraciones, la fortaleza del priismo proviene de su naturaleza de corriente histórica nacida de la lucha por hacer fructificar las grandes causas sociales y libertarias que mayoritariamente siguen siendo el faro aspiracional de la nación, hoy -en medio de los reveces electorales infringidos a nuestras candidaturas por una ciudadanía indignada, que ha reprobado el proceder de nuestros gobiernos- es un buen momento para acudir a nuestra esencia histórica en la búsqueda del vigor ético necesario para evaluar, con base en los valores y principios fundadores de nuestra corriente, hasta dónde hemos cumplido nuestra misión, en qué hemos quedado a deber y dónde están nuestros aciertos y nuestros errores.

La presente circunstancia partidaria es una magnífica oportunidad para primero recordar que nos hicimos partido político precisamente para encabezar bajo el lema de democracia con justicia social esas causas superiores de la gente, y después para analizar de manera autocrítica qué nos ha pasado -fortalezas y debilidades- para arribar a la grave coyuntura del cinco de junio pasado.

Sin duda es tiempo de afinar la mira partidaria hacia el robustecimiento de nuestra institución política de cara a los próximos referéndums electorales, pero sobre todo la actual es una ocasión imperdible para revisar nuestro papel en la gobernabilidad democrática y socialmente justa de la nación que se percibe endeble.

Es la hora de reafirmar nuestro compromiso con la República, mejor dicho con redoblar el paso en la edificación de la insuficientemente construida República de la Democracia, la cuarta de nuestra historia. Porque el PRI es ante todo un partido de la República, una institución a la que debemos muchos años de prosperidad que a lo lejos en la memoria ahora advertimos perdidos y a los que no volveremos a arribar si no comenzamos por curar los males oligopólicos que se han encaramado hasta la asfixia sobre nuestra vida pública.

Por ello los priistas tenemos la obligación de trabajar en la restitución de la República que reclama el ineludible fortalecimiento de la democracia nacional. Un proceso sólo posible a través de reanimar a la debilitada inclusión política y social como norma de convivencia armónica y condición para la absorción y resolución institucional del conflicto.

Debemos encabezar la construcción de un nuevo acuerdo nacional profundo: el pacto de poder de la democracia, también el cuarto de la historia de México. Abrir la plaza pública con una convocatoria plural y ahí edificar una nueva mayoría que restablezca el interés general como fundamento de la gobernabilidad democrática y detente ante el yugo oligopólico que pervierte su marcha e impide su necesaria profundización.

Cuando fuimos el partido hegemónico en el antiguo régimen de la Revolución, defendimos dos pilares fundamentales de la cohesión nacional: la fortaleza de la República y el compromiso del régimen con el progreso social de nuestra gente.

Resulta paradójico observar que ahora en la democracia, consintamos que por un lado se desatienda la importancia de gobernarnos a través de recrear el interés general como principio de legitimidad y razón de ser de una República robusta y por otro lado se constriña al desarrollo social, que por origen y destino estamos obligados a impulsar, al alcance limitado de programas asistenciales.

Nuestro mandato doctrinario y programático es promover la construcción de una ciudadanía integral: política, civil, económica y social, que articule la lucha por la progresividad de los derechos de la persona con la lucha comprometida por la igualdad social. En síntesis, el régimen político surgido de la Revolución era republicano y socialmente comprometido, mientras que la democracia ha resultado oligárquica y neoliberal y eso, el priismo no puede tolerarlo. Nuestra propuesta doctrinaria fija la ruta hacia la democracia social con un Estado de derecho fortalecido y una economía social de mercado, hagámoslo.

Igualmente se observa en varias conductas de cuadros que gracias al partido han ascendido en sus carreras políticas, la pérdida del orgullo por servir a México, tan propio del priismo del antiguo régimen. Se advierte que neo-políticos han asumido a nuestra organización como un trampolín para el usufructo de los bienes públicos en beneficio personal o de grupo.

Sabemos que se equivocan y que la inmensa mayoría del priismo no es así, porque su vocación política es de servicio y compromiso con las grandes causas de la gente, pero ahora no basta con decirlo porque hay que demostrarlo, hay que actuar en congruencia, es menester manifestarlo en los hechos, denunciando desde el partido las conductas contrarias a nuestra ética y proceder a combatir a sus autores para merecer la credibilidad ciudadana. Es hora de asumir que toda tolerancia a la impunidad es finalmente una forma de complicidad.

En este contexto es claro que realizar un sano ejercicio de reflexión autocrítica y de debate interno, resulta imprescindible para estar en condiciones de decirle a México en 2018, con autoridad política y moral, por qué solicitamos su voto para refrendar la permanencia del PRI en la Presidencia de la República, de otra manera no nos va a entender y peor aún no nos van a creer.

Hay que traer a la memoria que el regreso de nuestra organización a la Presidencia de la República, sin restarle méritos a nadie, pero tampoco sin exacerbar los merecimientos de nadie, no ha sido el éxito de unos cuantos ni puede ser trofeo patrimonial de ningún grupo, porque es la resultante de múltiples transformaciones emplazadas por el trabajo colectivo a lo largo de muchos años de empeños por la modernización partidaria para ampliar y reafirmar nuestra capacidad de conducción política del país. Ser útiles a México en la democracia es la consigna que transformó al PRI y dio sentido a nuestra vocación de poder, neutralizó los decretos de muerte firmados por nuestros adversarios y nos reunió, nos volvió a unir.

Nuestros problemas aparecen cuando nos olvidamos de los motivos que estimularon nuestra metamorfosis, por ejemplo del deber de la inclusión a militantes y simpatizantes en las propuestas partidarias, base de la cohesión interna soportada en la legítima expectativa aspiracional de todos y preámbulo de una creíble oferta de inclusión social a la nación. Despreciamos la importancia de la horizontalidad en la toma de decisiones, cimiento de la riqueza de la vida colectiva en un partido diverso.

Con la centralización reciente se entronizaron los grupos y se multiplicaron las facciones, perdimos unidad e incentivamos la dispersión soterrada. Hicimos a un lado nuestros mandatos ideológicos y programáticos para subordinar al partido a las necesidades legislativas o electorales de los gobiernos en turno. Perdimos capacidad de advertir los peligros a nuestros gobiernos para corregir el rumbo.

El partido se cerró y perdió flexibilidad, se volvió lento, burocrático y subordinado a la trama del dinero y a la vacía mercadotécnica electorera, perdimos personalidad y propuesta. En fin, nuestras dolencias han sido hijas de la indolencia con los principios, del personalismo grupal y cortesano, del cinismo, del centralismo castrante, en síntesis del franco abandono de nuestros compromisos con la edificación institucional de un México socialmente progresista, a la vez que laico y civilista.

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