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El hogar puede ser el peor maestro y el lugar más peligroso para un menor

Continuamente el tema en la sobremesa o en charlas de café, son los altos índices de violencia a los que como sociedad, estamos expuestos y de lo peligroso de salir a las calles. Pero, sabemos, analizamos o nos cuestionamos, ¿de dónde surge toda esta violencia?, ¿de dónde aparecen todas esas personas que nos mantienen en niveles de paranoia elevados?, la respuesta es fácil, son adultos que no se convirtieron de la nada en seres violentos, resentidos, enojados, con falta de empatía, todo esto se gestó desde su infancia. Sí, muy probablemente desde el hogar. Desde el ámbito que se supone les daría contención, seguridad y amor, fue justamente, donde tuvieron que aprender a sobrevivir. Además, fue ahí donde aprendieron que los problemas se resuelven con violencia, que es válido abusar de los más débiles, a sentir odio, resentimiento y a no sentir empatía por lastimar a otros. Así es, el hogar puede ser el peor maestro y el lugar más peligroso para un menor. Posiblemente, este aprendizaje fue por la relación violenta entre sus padres o simplemente para sobrevivir o por ser víctimas de negligencia y/o abandono, aprendiendo en las calles lo que hoy saben hacer muy bien, delinquir.

Nos cuesta trabajo hablar y asumir como sociedad los temas relacionados con abusos y violencia en la niñez, pues hablar de malos tratos en la infancia, rompe el mito de la infancia feliz inmaculada y adicionalmente, nos recuerda nuestra propia vulnerabilidad como seres humanos. El no querer voltear y el evitar esta problemática que tanto nos hace daño a todos como sociedad, permite y le da fuerza a la normalización de la violencia.

Es necesario que empecemos a replantear y desmitificar que el hogar no siempre es ese lugar seguro y paradisiaco, en donde niños, niñas y adolescentes, cuentan con todos los recursos necesarios para un sano desarrollo, mental, físico, emocional y psicológico. El cerrar los ojos y justificar la violencia y los abusos como parte de la educación, solo reafirma la normalización y revictimiza a los miembros que la sufren.

Es importante el analizar la posibilidad como sociedad, de tener injerencia dentro del sistema familiar, que hoy por hoy, es considerado como una institución cerrada, en la cual, al no permitir el acceso al sistema judicial, se genera en los abusadores, el sentimiento de impunidad y en las víctimas, el de indefensión y vulnerabilidad.

Generalmente, los miembros víctimas difícilmente desarrollan los recursos de defensa para poder enfrentar lo que están viviendo, desarrollando terribles patologías a corto y largo plazo, que finalmente en la edad adulta, será lo que aporten como ciudadanos a la sociedad, ya sea por que se conviertan en adultos pasivos dependientes o en adultos agresivos y violentos.

Existen varios tipos de abusos contra la niñez, que no siempre se consideran. Se cree que si no hay golpes o violencia física, todo está “bien”. Pero existen tipos de maltrato y abusos, aún más graves que el físico, ya que dejan huella permanente y por ser invisibles se subestiman, como son: negligencia, abuso emocional y psicológico, y el peor de todos, que incluso puede ser el más peligroso, pues se combina y va acompañado en la mayoría de los casos, de otros tipos de abuso, es el abuso sexual infantil.

El abuso sexual infantil no es un problema nuevo, es una de las formas de maltrato infantil que ha acompañado el desarrollo de la humanidad. Sí, aparece durante toda la historia, en la literatura, en el Cine y frecuentemente en noticias periodísticas. Sin embargo, es el más escondido de los maltratos y del que menos se conoce, tanto en el ambiente médico legal,

como el ambiente social o más bien, es del que menos queremos escuchar, porque rompen con el tabú del incesto y nos parece una “monstruosidad”, que el propio padre o las personas cercanas al niño, niña o adolescente, que se suponen deberían de ser los proveedores de seguridad, de amor, de cariño, de protección, sean los que lo están lastimando. Esta es justamente la ambivalencia con la que va creciendo el menor, ya que su ambiente íntimo es muy incongruente, en relación a las normas que dicta su contexto social. Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), hoy en México alrededor del 20% de las niñas y del 6 al 10% de los niños, están sufriendo abuso sexual desde su lugar más íntimo, el hogar. Si cruzamos los datos del último censo de población, podremos deducir que estamos hablando de manera reservada, de aproximadamente 4.5 millones de menores que están en ésta situación de sufrimiento y en total indefensión. Aunado a esto, es necesario considerar que el abuso sexual es una dinámica reiterada en el tiempo, es decir, no sólo ocurre una vez, más del 70% ocurre durante más de un año (Finkelhor, 1984).

Si la sociedad a la que pertenecen estos pequeños, hace oídos sordos y ojos ciegos ante sus necesidades y su sufrimiento, y sus propios seres queridos son los que los lastiman, ¿quién puede ayudarlos?.

Los abusos y la violencia son dinámicas de relación heredadas transgeneracionalmente que, para su erradicación, se requiere su visualización, desnormalización, prácticas de prevención y atención por parte de todos. Solo así, lograremos un futuro y una sociedad más sana y libre de violencia.


@Renaser_iap

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