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Barrera de la cultura


Energía renovable, remediación ambiental y movilidad académica y de estudiantes, trataron en los foros donde participaron investigadores chinos y mexicanos procedentes de diversas universidades, y autoridades representantes del sector nacional de CyT.

Juan Antonio Zapien, investigador mexicano que trabaja desde hace 15 años en la Universidad de la Ciudad de Hong Kong, narró que la idea de crear los talleres se originó con el fin de unir a un grupo de investigadores que sirvieran de embajadores científicos para difundir la ciencia china en México y la ciencia mexicana en China, y así romper la barrera cultural y propiciar el acercarmiento.

Si bien en las dos primeras ocasiones tuvimos un apoyo económico significativo de Conacyt, para este año el Consejo nos pidió mostrarles el interés que existe y cuánto se puede avanzar, y mostramos que el interés está por el lado chino pues apoyó junto con otros centros de investigación en México este tercer taller.

“China tiene más colaboración con dos universidades de Estados Unidos que con toda la república mexicana. Esto hace 20 años hubiera sido natural porque no tenía China el poderío económico ni el liderazgo científico que ahora tiene pero no sólo ha habido incremento constante en su economía, también lo ha tenido en su inversión con recursos públicos en ciencia y tecnología”.

Zapien resaltó que el proceso de los talleres ha servido para que investigadores mexicanos y chinos identifiquen sus áreas de interacción, ya que el desarrollo de las nanociencias en el país asiático es muy fuerte. Asimismo, señaló que no causa sorpresa que como resultado de esa inversión constante en las últimas dos décadas el país asiático ha tomado un dominio no solo en cantidad sino en la calidad de las publicaciones.

El interés en escalar la relación académica entre México y China en el área de las nanociencias y nanotecnología, en opinión de Juan Antonio Zapien, es sólido y recordó que el año pasado el director del Centro Nacional de Nanociencia y Nanotecnología de China le expresó su interés de crear un centro de investigación, no virtual, sí real, en nuestro país “y lo volvimos a escuchar nuevamente este jueves a través de Zhu Hao”.

Otra de las participantes y organizadoras mexicanas en los talleres de “NANOMXCN Mexico-China Workshop on NANO Materials/Science/Technology”, es Sandra Rodil, del Instituto de Investigaciones en Materiales de la UNAM, quien manifestó que lo que esperarían después del intercambio académico que se hizo es ver convocatorias conjuntas, bilaterales de cooperación. “Eso es lo que estamos buscando en el fondo”.

Rodil expuso que la movilidad de estudiantes siempre puede existir, pero si se pretende tener más de impacto esto sería posible a través de proyectos bilaterales México-China que cubran esta temática.

“Sí hay otros temas —aeroespacial, aeronáutica, agricultura—, pero no se está cubriendo el área de materiales, de remediación ambiental, energía. Lo que queremos es que cuando se piense en lanzar convocatorias México-China nanociencias y nanotecnología estén incluidos”.

La investigadora explicó que la idea no es sólo “cooperar por cooperar”, lo que ella ve es la oportunidad de que esta colaboración “jale” a la comunidad mexicana a subirse al tren académico.

“En la actualidad, los investigadores chinos son editores de las revistas del mayor factor de impacto. Nosotros no tenemos esa masa crítica de gente publicando en revistas de alto impacto en nanociencias y nanotecnología, por eso tenemos que buscar las alianzas que nos ayudan a movernos en esa dirección.

Para los rarámuris la carrera no es una competencia, sino consecuencia de una forma de vivir, de concebir el mundo y el Universo. En la tierra tarahumara crece una variante única de maíz, una planta diferente a las otras que proporciona los elementos requeridos para esa actividad.

Con el fin de entender la resistencia para correr de los tarahumaras o rarámuris, Luis Alberto Vargas Guadarrama, del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM, junto con sus alumnos Javier Rivera Morales y Martha Balcázar Quintero, estudian la influencia de factores ambientales, biológicos, culturales, geográficos y alimenticios para explicar las características físicas de esta comunidad.

Según Vargas Guadarrama, tras analizar los resultados obtenidos, es claro que la carrera para los tarahumaras no es algo competitivo —como lo sería para nosotros—, sino consecuencia de una forma de vivir, de concebir el mundo y de ver el Universo, y por ello es preciso evaluar su cultura, sus condiciones de subsistencia y cómo se han relacionado con lo que les rodea.

La iniciativa surgió hace seis años a partir del interés de Balcázar (nutrióloga) y Rivera (antropólogo físico) de ahondar en el tema. Para ello aprovecharon sus contactos con colegas como Patrick Pasquet (del Centre National de la Recherche Scientifique) y se dieron a la tarea de estudiar a los tarahumaras, pero no en un sentido anecdótico, sino en toda su complejidad.

Para el investigador del IIA, un aspecto que debe tomarse en cuenta es que, aunque la carrera rarámuri se conoce desde hace tiempo y está acuciosamente documentada, ha sufrido cambios importantes a últimas fechas debido a la industrialización.

“Ahora tienen patrocinios, les llevan bebidas comerciales y se organizan carreras supuestamente tarahumaras en el Bosque de Chapultepec; todo ello ha hecho que esta actividad pierda parte de sus componentes.

Sin embargo, también hemos encontrado que subsisten raíces muy importantes”, subrayó.

“La carrera tiene un componente ideológico y de cosmovisión que aún no se ha esclarecido, pero todo parece indicar —porque no hay fuentes históricas— que está muy relacionada con el Sol, el cual es representado en la bola pateada por los corredores mientras se desplazan, lo que podría representar el tránsito del astro a través del cielo y relacionarse con situaciones hidrológicas muy profundas”.

Además, expuso, cada elemento se relaciona con otros; así, esta cosmovisión ligada a los ciclos solares y el agua se vincula a uno de los pilares alimenticos de esa cultura: el maíz, que en la tierra tarahumara crece en una variante única, producto de una selección de siglos y que proporciona los elementos requeridos para la actividad rarámuri.

De ahí surge una bebida de maíz tostado y molido: el pinole, que no sólo se puede almacenar por años, sino que al tomarse les aporta los nutrimentos y energía necesarios para carreras largas.

“Como médico, gran parte de mi actividad se centra en la nutrición y por eso consideramos este factor muy relevante, aunque no el único, pues un elemento no puede entenderse sin el otro. Así, poco a poco vamos construyendo una visión más global”, indicó.

La comunidad tarahumara se asienta de manera dispersa a lo largo de la sierra, lo que los obliga, desde muy pequeños, a recorrer grandes distancias. Ello ha ido preconfigurando su resistencia corporal que, desde un principio, ha sorprendido a los visitantes de la región.

“La topografía, con subidas y bajadas prolongadas, a veces por kilómetros, obliga a los rarámuris a caminar y correr para llegar a sus destinos. Esta actividad física cotidiana influye en que estén en mejores condiciones, incluso que en poblados vecinos”.

Vargas destacó el trabajo realizado por Javier Rivera, quien “se ha dedicado a estudiar los cambios ocurridos en este grupo indígena a fin de explicar su éxito como corredores. Ha dejado de lado un pensamiento lineal para indagar cómo ciertas características han sido seleccionadas al paso del tiempo, y no sólo lo hace desde la genética, sino desde la adaptación biológica”.

Hasta el momento, ha encontrado algunos cambios en el esqueleto y en la proporción de las piernas de los rarámuris, pero quizá lo más interesante es que no ha hallado genes específicos para la carrera, pero sí algunos que parecen estar ligados al metabolismo, al aprovechamiento de sustancias y a la resistencia. Los resultados no son definitivos, pero es un aspecto que complementa lo que se ha hecho hasta ahora.

Finalmente, Vargas Guadarrama dijo que se sienten orgullosos porque los antropólogos físicos mexicanos siempre han tenido una visión integradora de la sociedad, la biología, la cultura y la alimentación.


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