Independencia y Sobernía
Para el pueblo mexicano, septiembre es el mes de la patria, pues, más allá de que tengamos otras muchas fechas dignísimas para recordar, las de septiembre y en particular el inicio de la gesta de independencia del cura Hidalgo, tienen una significación especial, definitoria para nuestra identidad, para los horizontes que como nación nos hemos planteado. Y por eso mismo, sería desleal con el legado de los padres de la patria mantener su recuerdo en una liturgia inútil y llena de hipocresía. Las fechas clave de los pueblos son siempre fechas que caminan el presente.
El presente da siempre un nuevo contenido, un nuevo sentido, al pasado. Por ello debemos plantearnos qué tanto hemos avanzado y si hemos cumplido con los ideales que movilizaron a tantos mexicanos e hicieron que ofrecieran su vida, de tal modo que sobre sus muertes se alzara después el primer altar de la patria. La situación más obvia que pone en cuestión este avance es la de la defensa de la soberanía nacional de México, una soberanía que reside en la nación, tal y como asentó Primo de Verdad desde el ayuntamiento de la Ciudad de México.
En un mundo globalizado, es cierto, cada vez más dependemos de decisiones que se toman más allá de nuestras fronteras, por lo que la soberanía toma cauces nuevos, menos claros, pero igualmente determinantes en la capacidad de nuestra nación de decidir sobre su destino. Y esa noción debe ponerse en juego siempre que decidamos algo que la afecte. A la pregunta de si es conveniente transitar por un camino de concentración de nuestro comercio exterior respondamos con independencia y soberanía —porque independencia implica elegir entre alternativas—; a las propuestas de integración económica con América del Norte, respondamos con independencia y soberanía —porque decir soberanía pasa también por decir seguridad alimentaria y seguridad energética—; ante los ataques contra nuestros connacionales respondamos también con independencia y soberanía, pero también con previsión —porque más que nunca la soberanía implica una doctrina de seguridad nacional, de la cual carecemos todavía. Cada uno de estos aspectos han sido puestos, a últimas fechas, en entredicho.
En la gesta de independencia que se conmemora hay un campo de amplias discusiones y unas pocas certezas, algunas de las cuales bien podemos recordar a través de los morelianos sentimientos de la nación. Recordar, por ejemplo, que las leyes mexicanas deberán obligar a constancia y a patriotismo, moderar la opulencia y la indigencia, aumentar el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia y el hurto. Y quizá en ellos —en los sentimientos de la nación— nos van otros de los principales pendientes de la patria, ya madura, pues seguimos teniendo un país de miserias dolorosas y opulencias ofensivas.
Hace 207 años que Miguel Hidalgo convocó a la libertad y a la dignidad y habrá de honrársele, a él y a las mujeres y hombres valientes que lo acompañaron, repitiendo su grito y pensando en conjurar el retroceso de estas décadas y en especial el de estos años. Habrá que gritar pensando en que, como dijo él aquella madrugada en Dolores, muera el mal gobierno, y viva la América mexicana. Habrán de guiarnos los principios establecidos desde entonces para nuestra nación, que, en una ocasión como esta, resumió Torres Bodet en la fe en el pueblo, el ejercicio de sus derechos, la devoción a la libertad, la creencia en la democracia y la íntima certidumbre de que solo dura y prospera lo que se construye con el trabajo, sobre la tierra firme de la justicia.