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CHISPAS…


LA VÌRGEN DEL TEPEYAC Ò VIRGEN DE GUADALUPE. Generalmente el que esto evoca, solía acudir a la Basílica de Guadalupe, algunos sábados, en donde me solazaba contemplando el famoso ayate con el que Juan Diego demostró a los sacerdotes incrédulos de aquellas lejanas fechas, que no era un mitómano. Miles de peregrinos provenientes de la Capital, o de la extensa República Mexicana, así como del extranjero desfilan ante la impresionante figura impresa en un vulgar costal de cáñamo, cubierta con una vitrina de cristal blindado. Algunos investigadores europeos, con previa autorización de los altos jerarcas católicos, tuvieron acceso directo al original para demostrar que la obra pictórica fue plasmada por la mano del hombre, así como la enigmática figura de Juan Diego impresa en los ojos de la Gualupita; transcurridas las exhaustivas investigaciones, llegaron a la conclusión que era algo desconocido (Quizá un milagro, inadmisible para ciencia). Por supuesto cada persona es libre de emitir sus conclusiones referentes al acontecimiento.

Pero, traslademos nuestras remembranzas a lo indicado por la historia: Año: 1531. ubicación: Cerro Tepeyac, México, en donde sucedieron los hechos referentes a las pariciones de la Virgen de Guadalupe. Precisamente Al pie del Cerro Tepeyac, en la Ciudad de México, en donde se ubica el Santuario Mariano, conocido oficialmente como Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, donde se guarda y venera la Reliquia de la Aparición de la Virgen, conocida como el Ayate o Tilma de Juan Diego. Asimismo el escritor indígena Antonio Valeriano en su obra ‘Nicán Nopohua’, transcrita en la lengua de los aztecas a los doce años, describe las apariciones, narrando los hechos de esta forma: “Un sábado de 1531 a pocos días del mes de diciembre, un indio de nombre Juan Diego caminaba, muy de madrugada, del pueblo en que habitaba a Tlatelolco, para tomar parte en el culto divino; al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyac, amanecía, cuando escuchó que le llamaban desde las alturas: “Juanito, Juan Dieguito.” Él subió a la cumbre y vio a una Señora de sobrehumana grandeza, ataviada radiantemente como el sol, la cual con palabra muy amables le dijo: "Juanito, el más pequeño de Mis hijos, sabe y ten entendido que Yo Soy la SIEMPRE VIRGEN MARÍA, MADRE DEL VERDADERO DIOS POR QUIEN SE VIVE. Deseo vivamente que se erija aquí un Templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en Mí confíen. Ve al Obispo de México a manifestarle lo que mucho deseo; anda y pon en ello todo tu esfuerzo”.

Cuando llegó Juan Diego a la presencia del obispo, Don Fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco, éste pareció no darle crédito y le respondió: “Otra vez vendrás y te oiré más despacio.” Juan Diego volvió a la cumbre del cerrillo, donde la Señora del Cielo le estaba esperando y le dijo: “Señora, expuse Tu Mensaje al Obispo, pero pareció que no lo tuvo por cierto. Por lo cual, Te ruego que encargues a uno de los principales que lleve Tu Mensaje para que lo crean, porque yo soy un hombrecillo.” Ella le respondió: "Mucho te ruego, hijo mío, a que otra vez vayas mañana a ver al obispo y le digas que Yo en Persona, la SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, Soy quien te envío."

Pero al día siguiente, domingo, el Obispo tampoco le dio crédito. El lunes Juan Diego ya no volvió; su tío Juan Bernardino se puso muy grave y le rogó que fuera a Tlatelolco a llamar a un sacerdote para que lo confesara. Salió Juan Diego el martes, pero dio vuelta al cerrillo para llegar pronto a México y no lo detuviera la Señora del cielo. Pero Ella le salió al encuentro y le dijo: "Hijo Mío, el más pequeño, no se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy Yo aquí que Soy tu Madre? ¿No estás bajo Mi sombra? ¿No soy Yo tu salud? ¿No estás por ventura en Mi regazo? ¿Qué más necesitas? No te aflija la enfermedad de tu tío, está seguro que ya sanó. Sube ahora, hijo Mío, a la cumbre del cerrillo, donde hallarás diferentes flores, córtalas y tráelas a Mi Presencia”. Cuando lo hubo hecho, le dijo: "Hijo Mío, ésta es la prueba y señal que llevarás al obispo. Tú serás mi embajador muy digno de confianza."

Juan Diego se puso en camino ya contento y seguro de salir bien. Al llegar a la presencia del Obispo, le dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste. La Señora del Cielo condescendió con tu recado y lo cumplió.” Desenvolvió en el acto su blanca manta y así se esparcieron por el suelo las diferentes rosas de Castilla, apareciendo impresa, de repente, la preciosa Imagen de la SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, siendo en esa forma que se guarda hasta la presente fecha en Su Templo de Tepeyac; la ciudad entera se conmovió y acudía a ver y admirar su devota imagen, así como a ofrecerle oraciones, siendo entonces cuando se le nombró como bien había de nombrarle: La Siempre Virgen Santa María de Guadalupe.”


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