Entre cinismo gubernamental Narco pena de muerte CDMX
Desde el momento en que Andrés Manuel López Obrador sostuvo la descabellada idea de reconocer que el narcotráfico podría ser un ente de “beneficio social”, para el tabasqueño le representó seguir marcando la agenda nacional de manera espuria y nada convencional.
“La envidia es proteiforme. Sus manifestaciones más comunes son la crítica amarga, la sátira, la diatriba, la injuria, la calumnia, la insinuación pérfida, la compasión fingida, pero su forma más peligrosa es la adulación servil”, advierte en su legado Ignacio Manuel Altamirano quien fuera un escritor, periodista, maestro y político en la época crucial del quehacer político mexicano.
La forma que López Obrador intentar en “oficializar” la amnistía a la barbarie sanguinaria que representan los barones de la droga y que entre ellos “sí existe la pena de muerte”, México mantiene su desvanecimiento brutal en su imagen como gobierno ante el mundo.
Frente a esa antología de la desvergüenza, el descaro y la sistemática impunidad, y como si se careciera de “pies y cabeza”, México de igual manera se ha radicalizado en un Estado parasitario fallido en que ha sido conducido por el aberrante neoliberalismo, cayendo dramáticamente en una ínsula de mafias del poder anticonstitucional, imperando la siniestra marca de la narco-pena de muerte.
Cientos de videos corren por redes sociales y el crimen organizado presume su status quo con la ejecución y escenas de decapitación de sus enemigos, haciendo hasta escarnio de sus carniceras.
Sin embargo, en el escenario local, el Gobierno de la Ciudad de México “es puro bocón” y retrata el rostro más vulgar de la impunidad al negar que exista la repercusión de saqueos en la capital de la república mexicana ante el incremento de las gasolinas como una “válvula de escape”.
Incluso, hasta deducirse en la mitigación de la mala y pésima campaña presidencial con que se está conduciendo el otrora partidazo en el poder, el PRI, ante el crecimiento del Mesías de Macuspana, de quien para los mercenarios del narco, sería una oportunidad supuestamente para acabar con las masacres de miles de personas, de esa violencia galopante que no tiene fin.
El hecho en que el Gobierno de la CDMX niegue que existan saqueos en la ciudad, como los ha habido en el ingobernable Estado de México, no dejará de ser otra absurda distracción ya que para el propio jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera -el gran perdedor de la alianza política presidencial-, no le quedará mayor alternativa que abrigar sus esperanzas de que algún día pudo haber llegado a Los Pinos.
Las disyuntivas políticas no se lo permitieron por una pésima jugada que él mismo fincó al declararse ser “apartidista” y no “pertenecer” al Partido de la Revolución Democrática -¿por vergüenza? ¡Vaya usted a saber!- que lo llevó al poder y ahora a un arrepentimiento que le repercutió en el presente de su futuro.
De ahí viene la idea en que el panista con tendencias dictatoriales hitlerianas Ricardo Anaya, se haya alzado con el establecimiento de una mayor “armonía” y toda la estructura político-electoral de su partido, ya que el flaco con cabeza de sardo, conoce a la perfección las tendencias políticas del momento, sus coyunturas que le han salido a la perfección y que el único frente que le podría resultar un dolor de cabeza es el propio Peje.
Ni el mismo ungido priista José Antonio Meade le podría hacer mella, no es tanto porque en sus promocionales Ricardo Anaya maneja bien su imagen internacional al mostrar sus dotes de políglota, sino que piensa como un empresario de avanzada, que preocupado por las crisis recurrentes en que ha golpeado a todo los mexicanos, y al mundo entero, forma parte de cristalizar un ego que tiene desde sus diversas trincheras en que ha incursionado políticamente.
Y de ese cinismo en que funcionarios del gobierno citadino han creado la falsa idea de que hay seguridad en la capital, es totalmente falso porque el jueves 4 de enero, en la víspera del Día de Reyes, se registraron dos robos a tiendas departamentales, en las delegaciones Gustavo A. Madero e Iztapalapa, zonas que se han caracterizado como “mucho muy peligrosas”.
Mientras unos ven a México desde a nueve mil kilómetros de distancia (México-Holanda) de cómo las dualidades de la seguridad que han repercutido con la entrada hace dos años del Nuevo Sistema Penal Acusatorio (NSPA), ha permitido que paulatinamente se vacíen las cárceles mexicanas y poner en jaque a la sociedad por no contar con un sistema realmente de readaptación penitenciaria.
Por citar un solo ejemplo, en el Sistema de Transporte Colectivo de la Ciudad de México se han cometido infinidad de robos apareciendo “de la nada”, células de delincuentes que asaltan vagones completos del Metro.
Lo cierto es que las autoridades locales “se han clavado bien gacho”, y “están bien jalados de los pelos” al pretender esconder la realidad, porque eso de admitir que “no pasa nada”, es como caer en el completo acto de cinismos sin fronteras, y que consultando al Pequeño Larrouse, el calificativo de “cinismo”, proviene como de una “actitud de la persona que miente con descaro y defiende o practica de forma descarada, impúdica y deshonesta algo que merece una generalidad en su desaprobación”.
"Cinismo oportunista; cinismo descarado; era un mundo donde la decadencia irreversible y el cinismo elegante se habían convertido en modo de vida estéticamente aceptable", acusan académicos por lo que la famosa doctrina filosófica fundada por Antístenes (siglo v a. C.) que se caracteriza por el rechazo de los convencionalismos sociales y de la moral comúnmente admitida, recobra vigencia.
Ese es el actual perfil de los gobernantes de este triste México que vive en la desgracia y que por mucho que se haga, está confinado en vegetar en el mimetismo ante la inexistencia de líderes natos que realmente rescaten a esta nación, avasallado por los modelos extranjerizantes que globalmente han repercutido en la faz de la tierra, cambiando los usos y costumbres de las sociedades, y en cuyo escenario, surgen los hilos de manipulación cuan marioneta se mueven desde la Casa Blanca de los Estados Unidos de Norteamérica, promoviendo cínicamente la antología de la desvergüenza, el descaro y la sistemática impunidad de tener a un “Estadista” no confiable por su incapacidad académica.