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La relación con el mundo

A lo largo de esto años ha sido mostrar, a través de una historia cultural, que la representación y significación hegemónica del cuerpo siempre ha sido la de la anatomía, la de la medicina, definiéndolo como una materia biológica y orgánica, algo que no es puesto en duda y es indiscutible, asegura y revira que dicha visión sólo llega a ser verdad en el mundo occidental.

Por tanto, para el autor de El adiós al cuerpo, la visión que existe sobre el cuerpo es etnocéntrica porque hay otras representaciones posibles del cuerpo y lo humano en donde no se distingue al cuerpo de la persona, contraponiéndose a la visión anatomista en la que se argumenta que el cuerpo no es la persona en sí.

Sin embargo, el también especialista en adolescencia y conductas de riesgo considera que la comprensión de esas diferentes visiones es la que permite explicar situaciones como que una persona no desee donar sus órganos una vez muerta o permita la realización de ciertos procesos médicos, entre muchas otras, que muestran que el cuerpo por sí mismo adquiere significaciones para las sociedades, pues al final “el cuerpo es un rector semántico por medio del cual se construye la evidencia de la relación con el mundo a través de actividades perceptivas como la expresión de los sentimientos, los ritos de interacción gestuales y expresivos, los juegos sutiles de la seducción, las técnicas corporales, el entrenamiento físico y la relación con el sufrimiento y el dolor, intentando dilucidar qué parte ocupa la carne en la relación del hombre con el mundo”.

Al ser directa la relación del mundo con el cuerpo, ya que es a través del cuerpo por donde transcurre todo el posible contacto con lo mundano, Le Breton ha planteado que el cuerpo tiene su propia geografía moral, en la que dos partes adquieren una relevancia por sobre los demás componentes corporales: los órganos genitales y el rostro. Sobre éste último plantea que nos singulariza porque nos permite ser nombrados, identificados y reconocidos. Asocia a una persona con una edad, un sexo, un género y un sinfín de características individualizantes.

A pesar de la importancia de este elemento, por medio de la construcción de una antropología del rostro, el pensador francés ha demostrado que su relevancia para la humanidad es relativamente reciente ya que fue hasta el Renacimiento italiano que se le otorgó esa importancia en el momento en que los pintores y artistas de la época comienzan a representar los rostros de las personas en sus obras por medio de los retratos, los cuales se convierten en un espacio extremo de la singularidad y la individualización.

Este paso es considerado por el autor de El cuerpo y sus orificios como el comienzo del pensamiento moderno porque el cuerpo comienza a “formar parte de la identidad de las personas”, quienes les asignan un sentido y un valor al mismo.

La trascendencia del rostro humano ha sido tal que hoy es un elemento indispensable y ha cobrado una enorme relevancia al ser parte esencial de los documentos de identidad, en los cuales se exige la presencia de una fotografía para su validez, sumado a que el cine y la fotografía, en su calidad de expresiones artísticas, han permitido potencializar aún más su importancia.

De igual manera, las nuevas tecnologías han jugado un papel trascendental en la significación del rostro como uno de los rasgos más individualizantes de las personas a través de la posibilidad de la toma de un autorretrato o selfie.

Le Breton considera que aún queda mucho por trabajar al respecto debido a que la significación del cuerpo varia con gran rapidez, igual que las maneras en que éstepermite la interacción social y con el propio mundo

Limitar las posibilidades de sentir emociones es otra de las críticas de Le Breton a las neurociencias contemporáneas que, afirma, están basadas en una corriente de pensamiento sociobiologicista americana que proponen la existencia de cierto número de emociones a escala universal, una visión muy limitante basada solo en neuronas y moléculas. En realidad, sostiene, existen un gran número de emociones que son construidas conforme a un contexto cultural, por lo que no hay manera de traducirlas a otros idiomas ni que sean comprendidas por personas criadas en otros contextos culturales, pero están presentes y forman parte del cotidiano de las personas.

Igualmente, los sentidos, esenciales para la percepción de emociones y sensaciones corporales mediante la interacción del cuerpo con lo mundano, se han limitado tradicionalmente a cinco, desde la época de Aristóteles, dejando a un lado todas aquellas maneras de percibir el mundo a partir de experiencias como el chamanismo u otras, por lo que es necesario romper con ese reducto construido alrededor de los sentidos y las sensaciones.

De estas últimas, tampoco se pueden establecer definiciones claras de cuántas podrían ser y las maneras en que se significan socialmente. Por ejemplo, el dolor adquiere diferentes significaciones y valores en cada sociedad, pues mientras en una persona sadomasoquista puede resultar una sensación placentera para otras representa la encarnación de una molestia y su significado es totalmente negativo.

A pesar de que el estudio del cuerpo desde un punto de vista social y cultural fue puesto en duda por varios años dentro de los círculos académicos franceses y de otras partes del mundo, Le Breton considera que aún queda mucho por trabajar al respecto debido a que la significación del cuerpo varia con gran rapidez, igual que las maneras en que éste permite la interacción social y con el propio mundo en sí. “No hay otro mundo que no sea el cuerpo, pues lo que existe en el mundo pasa siempre por nuestro cuerpo”, advirtió.



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