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Partería como patrimonio Leonardo Bastida Aguilar


Dos meses antes de dar a luz, las mujeres embarazadas nahuas eran puestas a disposición de una mujer que les ayudaría para que su embarazo llegara a buen término.

Las crónicas de Fray Bernardino de Sahagún narran cómo desde hace 500 años estas mujeres se encargaban de llevar a las embarazadas al temazcal, el cual no tenía que estar a altas temperaturas, para evitar que el producto se pegara en el vientre.

Además, era un paso necesario para que se terminara de formar el bebé en camino y la partera pudiera palpar y terminar de acomodar al nuevo ser.

Otras de sus tareas eran cuidar que no le diera demasiado el sol a la mujer embarazada, que no se asustara o se enojara, a fin de prevenir un aborto. Tampoco podía permitir que hiciera un esfuerzo considerable ni que llorara.

Una vez llegado el momento del parto, sólo quedaban la partera y la mujer en labor. A ella se le daba un baño, se la colocaba en un cuarto, o si era posible, dentro de un temazcal.

La partera preparaba una infusión para acelerar las contracciones y comenzaba a declamar una serie de versos a la mujer para alentarla a cumplir con su función de mujer guerrera, pues dentro de la cosmovisión mexica, las mujeres que daban a luz eran consideradas así.

En caso de haber una complicación durante el proceso, la partera se encargaba de dar aviso y ejecutar la decisión que se tomara: poner fin a la vida del bebé para que la mujer no muriera o acompañarla en el proceso de paso a la muerte y rescatar al bebé. Si no había contrariedades, daba la buena noticia a la familia y se encargaba del aseo de la mujer y del recién nacido.

Esta labor de acompañamiento a las mujeres embarazadas durante su proceso de gestación, alumbramiento y puerperio (40 días posteriores al parto) ha pervivido a lo largo de los siglos y continúa siendo una realidad en muchas poblaciones de este país, sobre todo en aquellas con alta densidad de población indígena, donde los servicios de salud pública son escasos, nulos o carecen de una perspectiva intercultural, pues el personal no habla el idioma de la región, ni respeta dichas cosmovisiones.

Para ser partera se requiere responder a “un llamado”, afirma Apolonia Plácido, promotora de la Casa de la Mujer Indígena Nellys Palomo de San Luis Acatlán, Guerrero.

Ella, de origen ñuu savi (mixteco), lleva años trabajando en la recuperación de la tradición de la partería en la región, ubicada muy cerca de la costa guerrerense, dentro de la zona de la Costa Chica, un espacio multicultural donde conviven las cosmovisiones ñuu savi, mepa (tlapaneca) y amuzga.

De visita en la Ciudad de México con motivo del V Foro Anual de la Asociación Mexicana de Partería, en entrevista, externa su preocupación por que las jóvenes no quieren continuar con la tradición de la partería.

“Las señoras ancianas están preocupadas porque van a morir y no tienen a quién dejarle sus saberes”. Una de las causas, asegura, es la discriminación que padecen, pues cada vez las dejan atender menos partos, en los hospitales de la región no las dejan acompañar a las mujeres que recurren a ellas, a pesar de que les han brindado atención desde el principio del embarazo, o les achacan que no entienden nada porque no hablan español.

Para Apolonia, el saber de la partera o el partero tradicional no es cualquier cosa. “Saben atender partos, preparar tés, usar las hierbas, acomodar al bebé y dar masajes, así como los rituales. Las embarazadas les tienen mucha confianza a las parteras y las buscan para que les acomoden al bebé porque los médicos no lo saben hacer”.


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