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Islas Marías son un verdadero Infierno del Pacífico Mexico


Primera de tres

En principio, gracias a la férrea disciplina del modelo carcelario y a una honestidad a toda prueba del personal, se logró, en parte, el objetivo primordial, pero como en todas las prisiones con el paso del tiempo, los intereses creados y la corrupción de los carceleros, se terminó de tajo con lo que alguna vez funcionó como una verdadera colonia carcelaria.


El 27 de julio de 1532, Diego Hurtado de Mendoza, enviado de Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano, descubrió en el Océano Pacífico un pequeño archipiélago formado por tres islas y un islote: las “Magdalenas” les llamaban en aquellos tiempos, pero luego serían rebautizadas como María Cleofas, María Magdalena, María Madre y San Juanito.

En su libro “María Madre”, el político y escritor Juan de Dios Bojórquez León, señala que en aquellas fechas, Francisco Cortés de San Buenaventura, gobernador de Colima, había enviado una expedición de conquista rumbo al Norte y que a su regreso, fue cuando ambos descubrieron las islas. Sin embargo Cortés se limitó a consignar el descubrimiento sin ordenar una exploración.

En otro documento fechado el 18 de febrero de 1531, recopilado por Francisco del Paso y Troncoso, se narra que fue Nuño Beltrán de Guzmán quien ordenó preparar dos barcos para explorar las islas recién descubiertas, pero sus órdenes no pudieron ser ejecutadas, ya que la Audiencia había ordenado que las dos naves se entregaran a Hernán Cortés.

Fue hasta 1857, cuando Vicente Álvarez de la Rosa, rentó las islas a José Ignacio Gregorio Comonfort de los Ríos, entonces gobernador de la Nación, pero las perdió por incumplimiento de contrato. En mayo de ese mismo año, le fueron dadas en propiedad a José López Uranga, como recompensa a sus servicios, sin embargo le fueron confiscadas cuando éste decidió servir al Imperio.

López Uranga se acogió a una Ley de Amnistía y le fueron devueltas en 1878, pero un año después las vendió a Manuel Carpena en 45 mil pesos, quien inició la explotación de las islas, trabajando las salinas y sacando maderas preciosas.

Al morir Manuel Carpena, su viuda Gila Azcona, las vendió en enero de 1905 al gobierno federal en 150 mil pesos y el 12 de mayo de ese mismo año, por Decreto el Presidente José de Jesús Porfirio Díaz Mori, se destinaron para lo que sería la primera y única Colonia Penal.

De esa manera nacerían “Las Marías”, como son llamadas en el argot del hampa, ubicadas en el Océano Pacífico, a la altura de San Blas, en Nayarit. La de mayor superficie es la Isla Madre, después, por su tamaño le siguen las islas María Magdalena, María Cleofas y el islote de San Juanito, que por ser el más pequeño no fue considerado para destinarlo como penal.

Dos años después, en 1907, ya vivían en la isla María Madre 190 reclusos y un profesor. En esa época, “Las Marías” estaban destinadas únicamente para albergar a los delincuentes y criminales más peligrosos, pero junto con su familia, a fin de evitar la desintegración familiar y, sobre todo, en aras de lograr una verdadera reinserción social.

Y efectivamente, durante tres años, aproximadamente, se pudo hacer que los presidiarios más peligrosos, los asesinos más despiadados y sanguinarios, pudieran convivir, si no en armonía completa, sí con respeto a los demás presos y sobre todo a sus familias, ya que era una cárcel sin rejas, era una colonia más, donde reclusos y familiares de éstos podían vivir en paz.

Su primer director-gobernador, fue el general de brigada Rafael M. Pedrajo, en cuya gestión se construyó el hospital, las escuelas, el almacén, la biblioteca, el muelle y ordenó que el penal se transformara en una cárcel sin rejas, donde ya no había presos con uniforme, sino colonos libres hasta en su manera de vestir.

En aquellos tiempos, los que ingresaban a las Islas Marías debían cumplir con ciertos requisitos: tener una condena mínima de dos años, no pertenecer a grupos delictivos organizados, tener entre 20 y 50 años, estar sanos física y mentalmente, ser personas de bajos ingresos y no haber sido procesados por delitos sexuales o considerados como psicópatas.

Los presos trabajaban los siete días de la semana para sufragar sus gastos y los de su familia, en actividades como la agricultura, carpintería, ganadería, porcicultura, acuacultura, apicultura, actividades manuales y la pesca.

No obstante, al concluir la lucha armada de 1910, el gobierno decidió encarcelar allí a los rebeldes derrotados, a los políticos opositores a su régimen, bajo órdenes precisas de hacerles entender que había sido un error haberlos enfrentado.

Fue entonces cuando la situación cambió diametralmente para los presos y recomenzaron las historias de malos tratos y torturas hacia los reclusos, pero ya no sólo hacia los presos políticos, sino a la población pernal en general, y así se mantuvo durante más de medio siglo.

“Las Marías” se habían convertido en el exilio ideal para quienes representaban un riesgo para el gobierno en el poder.

Para 1970, el presidente Luis Echeverría Álvarez viajó al penal donde recibió cientos de quejas sobre maltrato, torturas y una mala y escasa alimentación.

En teoría el mandatario tomó cartas en el asunto, pero las cosas siguieron igual y desde entonces se ha pretendido cambiar, infructuosamente, el perfil de dicho penal.

En la actualidad ya no es la colonia penal planeada, pese a que ahora le llaman Complejo Penitenciario y consta de cinco Centros Federales de Readaptación Social: Rehilete, Aserradero, Morelos, Laguna del Toro y Bugambilias.

En dichos centros habitan, además de los sentenciados, principalmente en la Isla María Madre, empleados de la Secretaría de Educación Pública, Secretaría de Medio Ambiente, Secretaría de Comunicaciones y Transportes, Correos de México y de la Secretaría de Marina Armada de México, asignados para el trabajo carcelario.

Otro tipo de habitantes son aquellos que desarrollan actividades religiosas, entre ellas, ministros y acólitos de la Iglesia Católica, hermanas religiosas de la Orden del Servicio Social, Jesuitas (Compañía de Jesús en México), maestros, capacitadores técnicos y artísticos, y familiares de todos los anteriores que están como voluntarios..

En este rubro, tuvo un lugar especial el sacerdote católico Juan Manuel Martínez Macías, mejor conocido como “El Padre Trampitas”, que vivió como voluntario 37 años en las Islas Marías, donde reposan sus restos, pero de este personaje nos ocuparemos ampliamente líneas adelante.

Entre los prisioneros notables que albergaron las Islas Marías, figuraron; María Concepción Acevedo de la Llata, mejor conocida como “La Madre Conchita”, una religiosa acusada de ser la autora intelectual del asesinato del entonces presidente Álvaro Obregón Salido, el famoso “Manco de Celaya”.

José Maximiliano Revueltas Sánchez, escritor y activista de ideología comunista, cuyas obras más famosas fueron “El Apando”, inspirado en las mazmorras del Palacio Negro de Lecumberri y “Luto Humano”.

José Valentín Vázquez Manrique, alias “Pancho Valentino”, un luchador profesional que asesinó a un sacerdote católico, por lo que a partir de entonces lo llamaron “El Matacuras” y que estuvo a punto de asesinar al padre “Trampitas”.

El general Ricardo Martínez Perea, acusado de mantener vínculos con el Cártel del Golfo, aunque entre la misma tropa se habló que su encarcelamiento fue una venganza personal por pugnas al interior del Ejército.

Jorge Hernández Castillo, “El Wama”, el reo con más tiempo de reclusión en las Islas Marías: 57 años.

Lo detuvieron en 1961, cuando tenía 20 años, por un homicidio que, asegura, no cometió, pero que tuvo que aceptar luego de ser interrogado “científicamente”. Fue enviado a la Penitenciaría de Lecumberri donde se hizo adicto a la heroína, que consumió durante 16 años.

En ese lapso, para poder sobrevivir y conseguir la droga, se convirtió en “pagador”, esto es echarse la culpa de delitos cometidos por otros reos. Antes de ser enviado a las Islas María, llegó acumular una pena de 99 años con ocho meses por culpas ajenas.

En un recorrido que hizo la investigadora Catalina Pérez Correa por las Islas Marías, tras un motín en el que participaron más de 600 reclusos, plasmó cuál es la realidad de cómo viven actualmente los reos que dejaron de ser colonos.

En su movimiento de protesta, los reclusos demandaban mejor alimentación, mejor atención médica y un cese a los severos castigos impuestos por el personal de custodia.

Tras el trabajo de Pérez Correa, quedó más que claro que las Islas Marías ya no son el paraíso penitenciario que siguen ofreciendo las autoridades carcelarias, cuando en un tiempo fue una colonia penitenciaria en la que los presos vivían en casas junto con sus familias y trabajaban para mantenerse y sostener a su familia.

Pero la situación no cambió, todo siguió siendo igual. Los carceleros, desde el más alto nivel hasta los celadores han sido, y son los amos y señores de las islas.

Empero, la islas fueron haciéndose inviables al proyecto porque los presos eran liberados y volvían a tierra firme junto con sus familiares, en tanto que las autoridades habían dejado de mandar nuevos internos de tal manera que las islas fueron quedando casi desiertas.

Las casas que habían construido los mismos reos terminaron en el abandono, desmanteladas, además de que las carencias de los servicios básicos se agudizaron por lo que paulatinamente se convirtieron en islas fantasmas.

En el 2006 había 900 presos en todas las islas, pero cuando el presidente Felipe Calderón Hinojosa asumió la Presidencia de la República, dijo que daría nueva vida al proyecto del Porfiriato, con la construcción de nuevos centros y el traslado masivo de presos.

De esa manera la población aumentó en más de 8 mil internos, sólo que las reglas cambiaron; dejaron de ser colonos para volver a ser reos, ahora tienen que vestir el uniforme carcelario, que ya no era obligatorio; viven en dormitorios donde hay hacinados hasta 200 internos, cuando anteriormente lo ocupaban 20 y se tienen que ajustar a estrictos horarios y rutinas.

Laguna del Toro, uno de los cinco centros que ahora conforman el “Complejo Penitenciario”, es el que más carencias tiene en términos de servicios e infraestructura: mala comida, escasez de agua potable y bebible, imposición de castigos extremos y no reglamentados y la falta de medicamentos, además de la falta de trabajo y actividades educativas, deportivas y múltiples dificultades para recibir la visita de familiares.

El agua para beber no está debidamente tratada por lo que es de color café, contiene sal y causa enfermedades gastrointestinales; el agua para el aseo es racionada a 20 litros de agua (dos cubetas por interno al día), que les debe alcanzar para que laven su ropa, se bañen, le jalen a los sanitarios y se laven las manos.

En el Centro Morelos hay una población penal de más de 2 mil 500 hombres. Las cocinas, administradas por una empresa privada, preparan, en teoría, tres comidas diarias para cada interno pero difícilmente llegan a comer dos veces al día, regularmente es sólo una vez, además de que los internos la consideran muy mala.

En lo que corresponde a las visitas, para que los familiares puedan ver a su interno, primero deben ser aprobados por el Consejo. El proceso lleva un plazo mínimo de 6 meses, en el que los familiares tienen que entregar una serie de documentos. Una vez aprobada la visita, se realiza un sorteo para decidir qué internos y cuando pueden recibir visita.

Los lugares en el barco son contados, así como los espacios para recibir a los familiares en la Isla, que deben viajar hasta el puerto de Mazatlán para abordar el barco de la Marina que llega una sola vez a la semana. Una vez en la Isla, cada familiar es sometido a una inspección rigurosa que implica la revisión de su equipaje y de su cuerpo.

Cada prenda es inspeccionada y el visitante, ya sea hombre o mujer, debe desnudarse totalmente para mostrar que no trae artículos de contrabando; muchas veces son objeto de manoseos por parte de los vigilantes.

Las visitas deben permanecer una semana en la Isla y volver con el barco al concluir la semana.

Los costos del viaje resultan impagables para muchos. Algunas familias, arruinadas por el proceso penal y por la pérdida de un ingreso por parte del interno, no pueden costear el viaje o ausentarse de sus casas por tanto tiempo. Otros, no logran cumplir con los complicados tramites que exige la institución.

A veces, simplemente no consiguen los documentos necesarios y muchos de los internos optan por no someter a sus familiares al viaje y lo que implica la visita. Ello explica porque el 90% de los reos dicen no haber recibido visitas nunca.

Si el propósito principal de la pena fuera, como lo establece la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, la reinserción social, resulta cuestionable un sistema penitenciario que obliga a los internos a romper de manera definitiva con los lazos familiares. Un sistema que aísla a las personas de sus seres queridos y sus relaciones sociales, que además los maltrata y denigra difícilmente es un sistema orientado a lograr este propósito.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación, establece que uno de los derechos de los reos es el purgar su pena cerca de sus comunidades, pero eso es letra muerta para las autoridades penitenciarias federales que envían más y más presos a las islas.

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