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Nueva policía


Se requiere una nueva policía en la Ciudad de México. Esto se ha dicho durante muchos años. Tal discurso ya ha cansado de tanto repetirse, pero mucho más enfada la ausencia de reformas profundas en el cuerpo policial capitalino.

Cuando desde una corporación de policía preventiva o "ministerial" (antes judicial) se filtran a la prensa indebidamente informaciones sobre víctimas, sin que las autoridades condenen el hecho y mucho menos persigan a sus autores, es cuando mejor se aprecia la descomposición institucional. Tal cosa ha ocurrido hace unos días, como expresión de arraigadas costumbres.

El aumento en la incidencia de delitos de violencia sexual en la CDMX ha llevado a las autoridades a actuar de la misma manera de siempre, la más primitiva. Se sigue ignorando que quien tiene la obligación de dar seguridad es el Estado, no cada persona. La violencia, incluyendo en especial la de género, es un tema de la autoridad y no se resolverá caso por caso porque el fenómeno es inconmensurable, aunque en cada evento se debe organizar el aparato de seguridad y justicia para perseguir a los culpables directos, aspecto que ni siquiera se logra por lo regular.

Sin embargo, la autoridad no parece asumir su más alta responsabilidad, sino que busca y rebusca explicaciones absurdas y repite viejas actuaciones.

El aparato policial-judicial no está hecho para crear un ambiente de seguridad pública y aplicación de la ley, sino para hacer lo que se pueda. Con solo vigilar intermitentemente el diez por ciento de las cuadras de una inmensa zona metropolitana se puede lograr disuadir la comisión de ciertos delitos, pero nada más en los lugares "patrullados".

Por eso, en la CDMX hay gente que quiere patrulla en cada cuadra, el perfecto Estado policial; esos son extraviados deseos provocados por el hartazgo.

Existen muchas grandes ciudades donde hay poco patrullaje pero mucho diálogo entre policía y ciudadanía, además de suficientes, cercanos y funcionales puestos de agentes.

En todo el mundo los policías tienen tareas de "inteligencia" o mínimamente de reporte sistemático y puntual de situaciones. Pero, aquí, eso no se ha empezado a hacer.

La mordida sigue campeando por toda la ciudad sin que hasta ahora se haya sentido alguna disminución. Esa corrupción, como casi todas, es un sistema; no se debe al binomio mordelón-ciudadano con el que se "arregla" el asunto de "otra manera" pero claramente ilegal.

La mordida es responsabilidad última de los jefes de policía. Pero, además, hay simple cuota que paga el comerciante para mejorar el sueldo neto total de los "patrulleros" (y sus jefes), cuyos rondines, se supone, ahuyentan a los ladrones.

Con motivo de varios hechos de violencia sexual se han producido airadas protestas de muchas mujeres. En ningún caso esos actos públicos ha sido una provocación contra la policía o el gobierno.

Uno o dos de ellos se han analizado así, erróneamente, debido a que la autoridad no se siente responsable de los delitos violentos que se repudian, sino que sigue pensando como antes, al viejo estilo de funcionarios sin obligaciones políticas inherentes al cargo.

Se sigue presentando al autor directo del delito como el único responsable; eso expresa la falta de probidad, tradicional en el servicio público, así como la separación entre autoridad y sociedad, la conversión de los puestos en buenas chambas, la inexistencia de verdadera carrera profesional.

La reforma profunda de la policía para crear algo de verdad nuevo no podría ser dirigida por los jefes actuales. Ellos no saben qué cosa podría ser una policía nueva, solo entienden de la actual y de posibles mejorías, aunque por lo pronto todo está un poco peor.

Es necesario elaborar un programa hacia una nueva policía, que abarque organización, obligaciones, objetivos, métodos, disciplina, control interno y vínculo social.

Las pocas reformas muy parciales que se han hecho hasta ahora, cuando fueron buenas, se deshicieron rápido o se hundieron en la corrupción.

Aunque con versiones diferentes, la izquierda lleva más de 20 años en el gobierno de la ciudad, pero no se ha propuesto todavía conformar una nueva policía.

En el ámbito federal, López Obrador ha planteado la creación de un cuerpo de seguridad pública llamado Guardia Nacional y el Congreso ha aprobado las reformas que desde ahora están a prueba. La cuestión no consiste en el nombre ni en los uniformes sino en todo lo demás.

No conviene seguir repitiendo los fracasos sino romper con el pasado. Esa es una tarea política en toda la extensión del concepto

Lo más preocupante de Andrés Manuel López Obrador, no es su pragmatismo concentrador de poder y el gusto por éste, ni siquiera su incontinencia verbal que exhibe sus taras demagógicas y prepotentes contra los que considera sus “adversarios”, ni mucho menos sus muy particulares creencias religiosas que exhibe como muestras de virtudes espirituales antepuestas a la legalidad y rebobinadas con una tremenda ignorancia sobre la laicidad del Estado Mexicano.

No. Lo que más preocupa, es su vocación redentora, surgida de la más profunda convicción cuasi mística, de que tiene una misión no histórica, sino divina, es decir; designada desde “arriba”, que cumple un destino, que ejerce un “apostolado”.

Como él dijo últimamente: está “consagrado” a la misión, que sólo él conoce y sólo adivinan sus acólitos y feligreses, de que es el “elegido” para salvar a México ¿acaso al Mundo? a través de una Regeneración moral-religiosa-cristiana. El único problema, dice, es que no tiene tiempo suficiente: el límite es su propia vida.

Estamos pues, ante un ser imbuido de un halo de santidad y devoción por el “pueblo bueno”, que no se equivoca, sólo cuando lo manipulan fuerzas oscuras que conspiran desde la derecha y que están preparando un “golpe de Estado suave”, como han repetido hasta el cansancio su prensa buena, la que sí se porta bien con la cuarta transformación.

Si no hubiéramos vivido los últimos 20 años en Latinoamérica, estaríamos ante un fenómeno inédito de un político iluminado y pragmático que le gusta enfermizamente el poder populista y locuaz. Pero no. Él no es un fenómeno en la región. Es tal vez el último, pero no es el primero.

Se ha dicho de parte de los aplaudidores del régimen que su método de comunicación es innovador. Pero se equivocan.

Hace dos décadas, un joven ex militar golpista llegó al poder en Venezuela e implantó un programa radial llamado Aló Presidente. Posteriormente comenzó a realizar conferencias, que más que medio para difundir sus acciones de gobierno, se convirtieron en programas de adoctrinamiento ideológico y difusión de la línea política del gobierno para socavar, poco a poco, las resistencias que quedaban del “antigüo régimen”.

¿Coincidencia? Hay más. Ése “líder carismático” (toda crisis institucional necesita un salvador) juró y perjuró que jamás se intentaría modificar la Constitución de su país para reelegirse. Casi al final de su mandato, logró modificar la Ley, a fin de que se pudiera reelegir.

Cristiano iluminado, solía creer que era la mismísima reencarnación del Libertador Simón Bolívar. Que su “apostolado”, incluida liberar, no sólo a la República Bolivariana de Venezuela, sino a toda la región latinoamericana. Terminar con la inconclusa misión ya no contra España, sino contra los Estados Unidos de América.

Una pequeña pero significativa diferencia. Sus enemigos internos eran azuzados por el Imperio del Mal, a quien identificaba con satanás, contra los valores cristianos que él representaba.

En su lidiar, más que buscar restaurar al viejo régimen autoritario y presidencialista del PRI, tal vez en su visión-misión tenga en la mira algo un poco más atrás en el tiempo.

El presidencialismo, corporativismo y populismo priista se instauró con fuerza en los años 30 del siglo XX, como una forma de mantener los equilibrios y contrapesos entre todos los sectores y factores reales de poder del sistema.

El presidente Lázaro Cárdenas, de manera hábil, logró contrarrestar la influencia perniciosa del Maximato de Plutarco Elías Calles, logrando que el presidente concentrara en sí de manera temporal un poder casi absoluto (seis años, y no cuatro para evitar la tentación de la reelección, al argumentar sus antecesores que cuatro años eran pocos para lograr los cambios necesarios), que una vez terminado el periodo sólo le quedaba la facultad metaconstitucional de nombrar a su sucesor. Después de éste periodo más que suficiente, debía retirarse de manera discreta a la soledad.

Uno de los logros, producto no inmediato, pero sí directo de la Revolución, fue precisamente asegurar que ningún presidente quisiera reelegirse. Sabemos del episodio de la muerte de Álvaro Obregón, que en su intento de reelegirse fue asesinado. Calles fue sospechoso y a pesar de no ser un demócrata, pues quería mantener el control como Jefe Máximo de todos los presidentes, la ampliación del mandato fue producto de una negociación entre todas las fuerzas.

La Constitución de 1824, tiene una influencia evidente del régimen estadounidense. Tenemos algunos elementos que fueron variando con el tiempo, a veces suprimidos y modificados por golpes de estado, guerras, intervenciones extranjeras, etc. Figuras como el de Presidente, vicepresidente, así como los mandatos de cuatro años y la reelección, fueron en México, más que solución democrática, pretexto para asaltar el poder, por parte de federalistas, centralistas, liberales, conservadores, imperialistas y republicanos.

}Benito Juárez y Porfirio Díaz, son en nuestra historia oficial y en el imaginario popular dos antagónicos. Surgidos en el “Siglo de Caudillos”, como lo plasma magistralmente Enrique Krauze, no son tan diferentes en el fondo. Ambos utilizaron la reelección como un medio para concentrar un poder dictatorial disfrazado de democracia. A Juárez no le alcanzó el tiempo. A Díaz lo rebasó la historia.

Y creo, que es aquí donde debemos buscar más el imaginario de López Obrador.

Al igual que Hugo Chávez con Bolívar, tal vez crea que es la reencarnación esotérica del Benemérito que ha regresado para concluir su “apostolado”.

Al igual que Chávez, cree que debe salvar del mal a México y por qué no, al mundo (repiten sin cesar sus acólitos que es de los mejores presidentes del orbe).

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