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CHISPAS…


LA VIRGEN DE GUADALUPE.Allá por mis bastantes años mozos, un grupo de preparatorianos nos uníamos, desde la colonial Coyoacan, a los peregrinos provenientes de distintos estados de la República Mexicana, acudíamos con el afán de mirar frente a nosotros la venerada tilma en donde un indígena llevó ante las autoridades eclesiásticas, la virgen de Guadalupe estampada en su ayate. Lo demás ha sido discutido por generaciones enteras, negando o afirmando la veracidad de ese milagroso hallazgo encontrado en el cerro del Tepeyac; lo que continúa latente es la fe que los mexicanos profesan a la virgen de Guadalupe, Morena, del Tepeyac, Patrona de los mexicanos y otros calificativos que la creencia católica le otorga a la Santa Patrona de los mexicanos.

Y anotemos que anualmente un 12 de diciembre la colectividad religiosa celebra el día de la Virgen de Guadalupe, en honor a esta imagen que tiene la tradición católica más importante y con mayor culto en México; según la tradición católica y por documentos históricos aceptados por la iglesia, la “Patrona de México” se le apareció cuatro veces a Juan Diego en el cerro del Tepeyac, y el último de esos milagrosos encuentros tuvo lugar el 12 de diciembre de 1531. En todas las ocasiones le pidió que fuera con Fray Juan de Zumárraga para pedirle que construyeran en su honor un templo en el cerro del Tepeyac, lugar donde curiosamente había estado durante cientos de años el templo en honor a la Diosa de la Tierra de los Aztecas conocida como Tonantzin (“Nuestra venerable madrecita”) o Coatlicue (“Señora de la falda de serpientes”). Juan Diego desplegó su ayate ante Juan de Zumárraga, dejando al descubierto la imagen de la Virgen María, morena y con rasgos mestizos.

Hemos ampliado nuestros escasos conocimientos referente a un nativo de la antigua Cuautitlán, indicándonos que la primera mención al indio Juan Diego se encuentra en el «Nican mopohua», un texto incluido en el libro Huei tlamahuiçoltica, publicado por primera vez en 1649, 101 años después de la supuesta fecha de la muerte de Juan Diego, por Luis Lasso de la Vega, capellán encargado del templo dedicado a la Virgen de Guadalupe en Tepeyac, a unos diez kilómetros de la ciudad de México; él lo atribuyó a Antonio Valeriano de Azcapotzalco, quien habría sido un indígena letrado por conventos jesuitas y que presuntamente habría escrito el primer códice.

Desde la primera aparición de la Virgen de Guadalupe según se fecha en el año de 1531 en el Cerro del Tepeyac, durante el Virreinato de la Nueva España, el pueblo lo acepto y la adoptó como su madre protectora.

Así, a más de cuatrocientos ochenta años de esa fecha, su culto y devoción no sólo se ha mantenido, sino que sigue creciendo y presentándose en múltiples expresiones de la diversidad cultural, unión e identidad de los pueblos y creatividad de los fieles.

Después de que, como narra la tradición, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indígena chichimeca que acudió con el primer obispo de la diócesis de México, Fray Juan de Zumárraga, para revelarle la imagen milagrosa al descargar las rosas enviadas para erigirle a María Santísima un templo en ese lugar, sobrevino la construcción de la primera iglesia dedicada al culto guadalupano.

Este culto en un inicio se asoció con el de Tonantzin, la madre de los dioses venerada por los antiguos nahuas, por lo que el Tepeyac era ya un lugar considerado sagrado y mágico por los pobladores de la región. Los aztecas así habían levantado en ese sitio un santuario dedicado precisamente a esta deidad.

Asimismo, el nombre de Guadalupe se ha convertido en uno de los más utilizados en México para designar tanto a mujeres como a varones, y no hay región o estado del país en donde no se le venere y adore, adquiriendo su imagen una proyección internacional, ya que se le rinde culto desde Canadá y Estados Unidos, hasta Centro y Sudamérica, así como en algunos países de Europa y Asia.

Escribe la antropóloga Estela Vega Deloya, investigadora de la Dirección de Desarrollo Regional y Municipal de la DGCPIU: “Esta festividad tiene más que ver con la reelaboración simbólica de la cosmovisión de nuestros pueblos originarios y con nuestro paisaje ritual de la Ciudad de México, o cuenca de México, donde se da la adoración de los cerros como principio básico del sistema cultural de la milpa”.

Muestra de estas correspondencias, también se da una expresión de los fieles muy importante por su diversidad cultural y actualidad, manifestada en la llamada ‘Antorcha’.

La Antorcha, símbolo del fuego mariano, se constituye por comitivas de peregrinos que recorren los caminos reales y las Antorchas Guadalupanas reviven la memoria histórica de México, donde los espacios sacralizados, especialmente en cerros y cuevas, se ven invadidos por procesiones de feligreses que tienen como objetivo rendir tributo y ofrecer agradecimiento a esta figura fundamental de la tradición cultural y religiosa de nuestro país, símbolo de sincretismo, unión e identidad de los pueblos.

Según la narración de Luis Lasso, Juan Diego había sido un indio de la etnia indígena chichimeca. Habría nacido el 5 de abril o el 5 de mayo de 1474 en el barrio de Tlayácac de la ciudad de Cuautitlán (28 km al este-noreste del centro histórico de la ciudad de México), que pertenecía al reino de Texcoco. Según Lasso, el indio fue bautizado por los primeros misioneros franciscanos en torno al año de 1524.

Juan Diego era un hombre considerado piadoso por los franciscanos y agustinos asentados en Tlatelolco, donde aún no había convento ni iglesia, sino lo que se conocía como «doctrina», una choza donde se oficiaba misa y se catequizaba. Juan Diego hacía un gran esfuerzo al trasladarse cada semana saliendo «muy temprano del barrio de Tlayacac, Cuautitlán, que era donde vivía, y caminar hacia el sur hasta bordear el cerro del Tepeyac».

Según lo escrito por Luis Lasso de la Vega y de acuerdo con la tradición, en 1531, diez años después de la conquista de Tenochtitlan, el sábado 9 de diciembre de 1531 (a sus ya 57 años de edad) muy de mañana en el cerro del Tepeyac escuchó el cantar del pájaro mexicano tzinitzcan, anunciándole la aparición de la Virgen de Guadalupe.

Ella se le apareció cuatro veces entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 y le encomendó decir al entonces obispo, fray Juan de Zumárraga, que en ese lugar quería que se edificara un templo. La Virgen de Guadalupe le ordenó a Juan Diego que cortara unas rosas que misteriosamente acababan de florecer en lo alto del cerro para llevarlas al obispo Zumárraga en su ayate. La tradición refiere que cuando Juan Diego mostró al obispo las hermosas flores durante un helado invierno se apareció milagrosamente la imagen de la Virgen, llamada más tarde Guadalupe por los españoles, impresa en el ayate.

El prelado ordenó la construcción de una ermita, donde Juan Diego Cuauhtlatoatzin viviría por el resto de sus días custodiando el ayate en la actual capilla de indígenas. En sus numerosos escritos y cartas, Zumárraga omitió dejar alguna constancia del milagro de las rosas, o de la construcción de la ermita, o de la existencia del indio Juan Diego; quien falleció en la Ciudad de México en el año 15482 a la edad de 74 años en la fecha atribuida del 30 de mayo.

Fue beatificado (junto a San José María Yermo y Parres y los beatos Niños Mártires de Tlaxcala) en la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México el 6 de mayo de 1990, durante el segundo viaje apostólico a México del papa Juan Pablo II. Finalmente fue canonizado en 2002 por el mismo Juan Pablo II y la Iglesia católica celebra su festividad el día 9 de diciembre. Fuente: Wikipedia, Secretaria de Cultura

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