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Perspectiva de Género en la salud mental


Desde hace algunos años la perspectiva de género es un concepto que se ha enlazado a muchas de las situaciones de la vida cotidiana en las sociedades. Algunos autores señalan que la perspectiva de género es “un punto de vista a partir del cual se visualizan los distintos fenómenos de la realidad” (Serret, 2008, p.15); sin embargo, Cremona va más allá y menciona que la perspectiva de género es una opción política que pone de manifiesto la desigualdad y subordinación de las mujeres en relación a los varones, y que permite ver y denunciar los modos de construir y pensar identidades sexuales desde una concepción de heterosexualidad normativa que es obligatoria y excluyente (Cremona en UNICEF, 2017). Asumir una perspectiva de género implica que se reconozca que los fenómenos sociales, económicos, políticos e ideológicos tienen implícitos la no neutralidad (Álamo, 2017).

En este sentido, el presente artículo hace una pequeña revisión de por qué es importante considerar la perspectiva de género como un elemento crucial en un ámbito de gran relevancia para una sociedad: la salud mental. La OMS (2018) señala que la salud mental es la base para el bienestar y funcionamiento efectivo de un individuo; sin embargo, en México se tiene un rezago de alrededor del 80 % en su atención, lo que implica que solamente una de cada cinco personas con algún trastorno mental tenga acceso a una atención personalizada (Oficina de información Científica y Tecnológica para el Congreso de la Unión, 2018).

Si bien es cierto que existen algunas variables que hacen más susceptible a una persona para que desarrolle un trastorno mental (variables biológicas, pobreza, inseguridad, desempleo, cambios sociales rápidos, desesperanza, riesgo de violencia, discapacidades, enfermedades físicas, etc.), también es cierto que estos factores de riesgo no se viven de la misma manera siendo hombres o mujeres y por lo tanto, el trastorno mental no tiene las mismas características en un grupo que en otro (Granados y Ortíz, 2003; Sol-Pastorino, Vanegas y Florenzano-Ursúa, 2017). Ramos-Lira (2014) señala que las mujeres presentan tasas más elevadas de trastornos mentales además de que los síntomas son más graves y discapacitantes, consumen más psicofármacos y son quienes sufren más efectos adversos de los fármacos porque son excluidas en los ensayos clínicos (Ortega, 2011).

Históricamente, las mujeres han sido el grupo más desfavorecido: son quienes tienen los niveles de desempleo, pobreza, riesgo de violencia e inseguridad general más altos y quienes en términos generales, no acceden a los servicios de salud de manera regular (Moctezuma, Narro y Orozco, 2014). Específicamente, si nos referimos a la salud mental, son quienes reciben una mayor estigmatización cuando padece alguna enfermedad mental que le dificulta o incapacita para cumplir sus funciones en una familia o en la sociedad, pues se deslegitima su condición e incluso se les puede señalar como “vagas, malas madres, desaliñadas, histéricas, sensibles, inferiores”. Esta percepción y/o autopercepción trae como consecuencia una baja probabilidad de tener un empleo remunerado, un aumento en la pobreza en este grupo y un impacto en su núcleo familiar y social que puede derivar posteriormente en rechazo, aislamiento y exclusión social (Álamo, 2017).

A pesar que en la actualidad se reconoce que los factores de carácter social suelen exacerbar las vulnerabilidades biológicas de una persona para el desarrollo y mantenimiento de algún trastorno mental (Lira, 2014; Montero, Aparicio, Gómez-Beneyto, Moreno-Küstner, Usall, Vázquez-Barquero, 2004) y por lo tanto, la vivencia de ese trastorno mental, sigue preponderando en nuestra sociedad el modelo biomédico de atención a la salud caracterizado por su biologismo, individualismo, a-historicidad, a-sociabilidad, mercantilismo y eficacia pragmática y negando o colocando de manera secundaria el papel de los sujetos y sus condiciones sociales en el proceso de salud/enfermedad/atención (Linardelli, 2015).

Por lo tanto, es importante concluir que es un gran desafío incluir la perspectiva de género en el ámbito de la salud mental, pero no solamente integrar a la mujer sino a los hombres por su misma condición de género (Ramos-Lira, 2014); un primer paso es visibilizar las dificultades que las mujeres pasan en la procuración de la salud mental y diseñar políticas públicas que disminuyan o eliminen esas problemáticas en la atención a la salud mental, pero que aún más, vayan a la promoción de la salud general y específicamente en la salud mental de las mujeres. Estos cambios solo se lograrán si se nos educa para promover la salud en la sociedad y se erradican los diferentes tipos de discriminación a los que nos vemos sujetos por ser mujeres o ser hombres, es decir, una reeducación de género.

Referencias

Álamo, M.P. (2017). Guía de Salud Mental con perspectiva de género. III Plan Municipal de Igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres Santa Cruz de Tenerife 2014-2017. Disponible en https://www.consaludmental.org/publicaciones/Guia-Salud-Mental-Prespectiva-Genero.pdf

Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). (2017). Comunicación, infancia y adolescencia: Guías para periodistas. ISBN: 978-92-806-4892-8. Disponible en http://www.codajic.org/node/2613

Granados, J. A. y Ortíz, L. (2003). Patrones de daños a la salud mental: psicopatología y diferencias de género. Salud Mental, 26, 42-50.

Disponible en http://www.revistasaludmental.mx/index.php/salud_mental/article/view/93


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