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¡Al diablo con la abuelita de López  Obrador…!


El “mesiánico” y “doctor” de la industria de la denostación Andrés Manuel López Obrador –carente de las mínimas garantías de la ética social, que ha impacto en la generación de estructuras deficientes-, y eso de negar que sea promotor de la violencia y que todavía tenga el descaro de refutar cualquier evidente indicio de acusación extrema, ¡miente con todos los dientes!, ya que la vox populi cansada de tanta moralina, en calles y avenidas se escucha una jocosa pero vigorosa sentencia: “¡Al diablo con la abuelita de López Obrador…!”

Si bien la moralina es una moralidad impostada o trivial, se trata de un acatamiento falso o exagerado de los principios de la moral, todo mundo está en la espera de “a las pruebas me remito…”

Desde que se construyó el libro tan polémico denominado Crímenes Ocultos de López Obrador, a la mitad de su administración cuando fue Jefe del entonces Gobierno del Distrito Federal (2003), el texto jamás fue desmentido hasta este instante, incluso la distribución del también llamado “histriónico libelo”, fue boicoteado para su venta, a fin que el pueblo mexicano diera cuenta sobre la evolutiva y verdadera cosmovisión y perversa personalidad mesiánica del político tabasqueño.

A López Obrador le urgió armar sus propias conferencias de prensa donde lógicamente, y del cómo fueron y han sido sus encuentros con los periodistas durante sus administraciones, se fueron deformando al grado de montar “diálogo de sordos” y salas de prensa vacías… Las de hoy en día no tardan en ser más conferencias aburridoras.

En cada mañanera –sin exteriorizarlo- le resurge su malestar y protesta por las acusaciones de sus enemigos, sobre todo porque el sistema político mexicano tiene identificado a los grandes agitadores profesionales de México, encabezado por el ahora “Señor Presidente”, seguido de seis de sus cabecillas y compinches del Mesías de Macuspana.

Si bien “la filosofía es una política del pensamiento y la política una filosofía de la acción”, como lo definiera el desaparecido político panista Carlos Castillo Peraza, el entonces presidente de Morena, Andrés Manuel López Obrador, aseguraba que “nunca (…) ha sido ni será promotor de la violencia”. (La ilustración de este trabajo echa por tierra sus lucubraciones enajenantes.)

López Obrador cuando fue un rapero saltapatrás, respondía todos los señalamientos habidos y por haber, como aquella ocasión cuando el PRI tenía el poder presidencial en sus manos, arremetió contra la Comisión Nacional de Seguridad acerca de que se le ubicaba como uno de los principales promotores de las protestas por el alza de las gasolinas. Hoy que es presidente, ese Bulmerang se le reviró, y como todo político, su amnesia es apabullante y descaradamente enorme. “Aquí no pasó nada”, dirían los clásicos.

Desde Veracruz, por ejemplo, el entonces líder de Morena se defendió del Análisis Criminológico de los Sucesos Relacionados por el Incremento al Precio de las

Gasolinas, que presentara una Comisión Tripartita, integrada -en primera instancia- por la Secretaría de Gobernación (SEGOB), la Comisión Nacional de Seguridad (CNS) y la Policía Federal Preventiva (PFP), a través de su División Científica. Hoy casi desaparecidas porque López las ha reformado, fusionado o destruido, esas instituciones republicanas que garantizaban la paz social del país, y ahora que es responsable del Ejecutivo, sigue creando otros parámetros que peligrosamente conllevan a México a caer en los tentáculos del comunismo.

López Obrador siempre ha considerado que la preocupación de sus adversarios políticos, antes y después de su victoria electoral de 2018, le generaría “una escalada en guerra sucia”, que se pactó emprenderla en su contra desde las cúpulas del poder, acciones que no han concluido y ahora como Jefe de Estado, ha degenerado el estatus ético y de respeto, a diferencia de la clase hegemonica del PRIAN que desarrollaron en el pasado.

Para López, la prueba de todo ello era que se utilizaba a las instituciones para denigrarlo, y su reacción era virulenta porque por su propio egocentrismo, nunca bajó la guarda de mandarlas “al diablo”.

Sin embargo, el tabasqueño consideraba que la guerra sucia no le preocupa porque la ciudadanía, de hoy en día, jocosamente sabe a ciencia cierta quién es el verdadero peligro para México, y su propio enemigo es propiamente él.

Para el caudillo de papel tabasqueño, “las instituciones estaban secuestradas, estaban tomadas por la mafia del poder, eso es lo que yo sostengo y por eso ni respondo ante esa guerra sucia porque la gente ya está vacunada contra eso, ya engañaron mucho de que yo era un peligro para México y miren lo que resultó”.

Los agentes del poder político solo son observadores de cómo el costeñito macuspano sigue en su tarea de negarse a todo, y claramente la sociedad ya despertó porque ahora le exigen resultados pero como buen ex priista, “ni los oye, ni los mira”. Su arrogancia es monstruosamente inaudita.

Lo más lamentable que la sociedad, de forma indolente, nunca demostró interés a quién iba a sentar en la Silla Presidencial del Bunker de Palacio Nacional, ya que el ahora “Señor Presidente”, tiene un amplio expediente de su negro historial público y personal, que lo configuran como un oclócrata sin corazón.

En la ahora Fiscalía General de la República, antiguamente la PGR, tiene en sus archivos “muertos” infinidad de carpetas de investigación de López Obrador, a quien no le preocupan porque siempre ha luchado, junto con millones de mexicanos, para lograr un cambio pacífico en el país.

Pero demagógicamente insiste: “No es mi estilo lanzar la piedra y esconder la mano. No para nada, nosotros siempre hemos actuado con transparencia con honestidad, no tenemos nada de qué avergonzarnos, a mí me pueden llamar ‘Peje’, pero no lagarto; siempre digo lo que pienso”.

Esa es la perorata de López Obrador, solo que ¡miente con todos los dientes!, y como dirían en los ranchos provincianos: “¡Que se lo crea su abuelita!”, y en las metrópolis: “¡Al diablo con la abuelita de López Obrador…!”

Efectivamente, Andrés Manuel sigue siendo un peligro para México, por sus dramáticos cambios de personalidad, incluso su apatía enfermiza en contra de los medios de comunicación, es muy tendenciosa porque a todos los periodistas los ve como sus enemigos, o que están al servicio de la Mafia del Poder, como a este reportero le ocurrió cuando se le trató de entrevistarlo en el ahora Museo del Senado de la República, allá por 1999.

De tal manera que los rostros de sus compinches agitadores profesionales son meramente conocidos ya que sus antecedentes activistas y hasta penales que así lo demuestran, están plenamente identificado ocupando el primer sitio el propio López Obrador, siguiéndole el independiente pero coaccionado con los movimientos oscuros lopezobradoristas, José Gerardo Fernández Noroña, quien recientemente llamó a Andrés como “el compañero presidente pendejo”.

Y los enemigos de la Patria se suman también la panista Blanca Amelia Gámez Gutiérrez; el petista y diputado local por el Estado de México, Óscar González Yáñez; el senador por MORENA, Mario Delgado Carrillo; el independiente Alfredo Lozoya Santillán, e infinidad de personajes metidos en el quehacer político de la Nación..

En consecuencia, la sociedad se pregunta por todos los rincones del mundo: ¿al profesional de la denostación qué otras cosas más se le ocurrirá en sus mañaneras, para seguir atacando a todo mundo desde el púlpito del bunker de Palacio Nacional, transformado en la 4T a favor del fáctico poder del narcotráfico?

En su época, el entonces cardenal Norberto Rivera Carrera, estaría en la batalla de las cuentas de su rosario para rezarle más al Diablo que a Dios, así las paradojas del quehacer político mexicano, aunque como jerarca de la iglesia, siempre pactó con todos los políticos de chile y de dulce.


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