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AMLO se queda, pero pierde la mitad del respaldo que lo llevó al poder.



El señor López amo y señor de Morena no compitió contra nadie y ningún partido pidió sacarlo del poder: él quiso que se realizara la consulta. Muchos intelectuales, analistas, activistas y periodistas críticos señalaron que no acudirían a votar porque el ejercicio escondía un intento de López Obrador por golpear al Instituto Nacional Electoral (INE).

Por ello, la medida del éxito o fracaso del tabasqueño nunca fue el porcentaje de votos a su favor, sino la cantidad de gente que acudiera a votar. Eso exhibiría la capacidad de movilización de Andrés Manuel y de su partido, Morena.

AMLO organizó un partido en el que solo su equipo saltó a la cancha… y ni así pudo meter los goles que esperaba. Sus seguidores disminuyen año tras año: en 2018 llegó a la presidencia con 30 millones de votos, en las elecciones intermedias de 2021 su coalición alcanzó 21 millones y en la revocación de este domingo lo respaldaron casi 16 millones.

AMLO y su partido lo presumen como un triunfo. Buscan apuntalar la narrativa de que tienen el respaldo de más de 90% de la población y que, en un ejercicio histórico y democrático, expresó su confianza en él a pesar de —como siempre dice— todos los supuestos obstáculos que le colocan sus adversarios.

Pero los números cuentan otra historia. Durante los tres años que lleva en el poder, se volvió muletilla del presidente y los suyos contestar a las críticas con un “nos respaldan 30 millones de votos”. Han sido usados como arma retórica para presumir la legitimidad de un gobierno con un respaldo popular como no se había visto en décadas en México. Hoy la pregunta es: ¿Dónde quedaron esos 30 millones de votos? Este domingo, AMLO estuvo de nuevo en la boleta, pues la consulta se trató de él y de su permanencia en el poder. Y apenas logró la mitad de esos votos.

Y eso que el presidente, su gabinete y sus gobernadores se volcaron en acarrear votantes a las urnas. Tres partidos políticos de la alianza obradorista movilizaron a sus huestes.

También se documentó que “servidores de la nación” —funcionarios públicos que recorren el país para promover programas sociales — operaron a favor del voto pro AMLO y los beneficiarios de dichos programas fueron chantajeados con el discurso de que no apoyar a AMLO los pondría en riesgo de perder sus apoyos económicos. Al menos 21 millones de personas en el país reciben algún tipo de apoyo gubernamental, pero ni esos fueron a votar.

Hubo tanta participación gubernamental y fue tan una elección de Estado que el INE incluso señaló la posibilidad de anular el ejercicio porque, incluso antes de que se llevara a cabo, había recibido 172 quejas —la mayoría contra funcionarios públicos— por uso de recursos del gobierno, que incluyen hasta aviones destinados a las corporaciones de seguridad, para hacer campaña.

Frente a ese aparato de operación política, juntar menos de 16 millones de votos luce como un estrepitoso fracaso. Están muy lejos de los 37 millones de participantes (40% del padrón electoral) que se requerían para que la consulta fuera vinculante.

Pero el presidente tratará de convencer a los suyos de que el vaso está medio lleno. Le urge difuminar que lleva tres años de gobierno sin resultados y necesita oxígeno político. Pero también porque sabe que no es fácil movilizar a tanta gente y, además, en plenas vacaciones de Semana Santa. Logró mostrar un músculo que la oposición no ha podido. Esos 16 millones son su punto de partida para la elección presidencial de 2024 y la oposición no sabe ni siquiera si tiene eso.

Para AMLO, la revocación de mandato fue un ensayo de operación electoral. Y en ese ensayo ha mostrado sus fortalezas, pero ha mostrado también sus debilidades.

Viene para él la parte más ingrata del sexenio, su último tercio, en el que tendrá que dar resultados porque los trucos que ha utilizado frecuentemente, de culpar a los gobiernos anteriores y prometer un mejor futuro, ya no alcanzan. La consulta de revocación exhibe el desgaste del gobierno, radiografía a un pueblo que ya no acompaña al líder en sus aventuras de ego.

El líder, por su parte, demuestra con este ejercicio que su apuesta no es por hacer un buen gobierno, sino por hacer una buena campaña política. Tiene lógica: como político en campaña es un éxito, como gobernante ha sido un fracaso. Lo suyo es el templete, no la administración; el discurso más que las acciones. AMLO es un vendedor de esperanzas, no un gestor de beneficios.

Con esta consulta de revocación de mandato llevó al país a la arena donde él se siente cómodo. Y como está claro que en los dos años y medio que le quedan no ofrecerá resultados positivos de gobierno —no hay señales de mejora en el tema de inseguridad, la economía sigue sin despuntar y los escándalos de corrupción salpican hasta a su familia—, lo que quiere es empezar la campaña electoral ya.

El experimento fue ver con cuánta gente cuenta, cuál es su base, qué gobernadores y qué secretarios de Estado le acarrearon más votos. Pero sobre todo, para iniciar la embestida final contra el INE, conseguir que sea un árbitro vendido y él sea quien lo compre. El mismo día de la consulta, la organización obradorista Que siga la democracia, la cual recolectó las millones de firmas de simpatizantes para que se organizara la revocación, anunció su nueva misión: llevar a juicio político a los consejeros del INE. Es innegable que AMLO y su gobierno cada vez pierden más apoyo social.

FUENTE: THE WASHINGTON POST

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