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Cultura política y víspera electoral para acomodar a cualquier grupo social



.JOSÉ VELASCO H. ……………………………………………………

La cultura es como el amor, como la vida, como la muerte. Indefinible; a lo que más nos podemos acercar para concebirla, o mejor dicho entenderla, es, tener un concepto de ella, no una definición, y conducirnos bajo sus lineamientos positivos.

La cultura se concibe como un conjunto de conocimientos compartidos por un grupo de individuos, que tienen una historia común y participan en una estructura social (Triandis, 1995; Markus, Kitayama y Heiman, 1996) (cita tomada de internet)

En base a esta referencia, el concepto de cultura se puede acomodar a cualquier grupo social, a los medios de comunicación, a los intelectuales orgánicos o críticos, a los pueblos originarios, y a los países.

SI cada grupo o subgrupo vive y comparte sus propias historias, basados en los conocimientos que autogenera, aceptados o condenados por los propios conjuntos, o por el resto de otros grupos que conformen una comunidad mayor, entonces, quienes comparten costumbres, conocimientos, tradiciones, territorialidad y familiaridad, nos apremian a aceptar que tienen su propia cultura, aun siendo marginados o delincuenciales. Y que, nos gusten o no, conviven en el resto de la sociedad.

En nuestro país se les denomina a esos grupos como: “delincuencia organizada”, “amantes de lo ajeno”, o cualquier otra designación con que se les identifique, obviamente se conducen bajo sus propias costumbres intereses y creencias.

Desde esta perspectiva, no solo tienen cultura quienes ostentan títulos académicos o personas reconocidamente letradas, sino cualquier otro grupo social, independientemente de sus valores, o antivalores, o sea, un grupo social o individuo pueden tener una cultura reprobable o una cultura positiva.

Hay políticos, muy cultos en el sentido académico, con muchos títulos y cargos socialmente importantes, pero son delincuentes confesos o disimulados: Carlos Salinas, Felipe Calderón, son ejemplos de personajes formados en “las mejores universidades del mundo”, o el negro Durazo, un reconocido iletrado de la época del ex primer mandatario José López Portillo, o bien, Genaro García Luna, un ex funcionario juzgado y en espera de sentencia. Todos ellos, son de los miles de sujetos que generalmente pululan en el ámbito político gubernamental.

La cultura no es signo de que una persona o un grupo sean buenos o malos, sino que, en ambas categorías se deberían procurar conductas que aporten al desarrollo ético moral y social del individuo, y del grupo en que convive.

La reflexión que propongo es hacer consciencia de: cómo contribuyo individualmente a mi desarrollo y al de mi comunidad o mi país: o me presto al llamado gatopardismo, tan socorrido entre políticos y autoridades de todos los niveles, desde el más modesto regidor municipal hasta los de cuello blanco.

Todos, o casi todos, simulan cambiar para hacer creer que cambian el entorno de su comunidad, lo cual a fuerza de ser repetitiva la idea de cambio, se acepta como verdad, a pesar de que se trata de una entelequía impuesta a la sociedad, por la mensajería masiva en medios tradicionales y redes sociales.

El tan aludido “cambio “se da en realidad en los círculos políticos y autoridades; ellos sí cambian, al beneficiarse de su encargo. Es la cultura política actual.

Así es la cultura de quienes hoy gobiernan y han gobernado nuestras comunidades, desde hace decenas de años en todos los estratos políticos y de autoridad, y esta conducta se propaga cínicamente, en las vísperas electorales como las que ahora mismo estamos viviendo.

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