El dramatismo de un proceso criminal
En el laberinto carcelario, el prestigiado abogado Alberto Woolrich Ortiz, presenta una ensayo referente a la complejidad que guarda en sí mismo un proceso judicial, desde el momento en que los indiciados se apartan de la ley y son detenidos por la autoridad, siendo sujetos a la cadena de custodia hasta en tanto no escuchen por parte del juez de la causa, el veredicto final de su interlocución: “¡Inocente!” o “¡culpable!”
El también presidente de la Academia de Derecho Penal del Colegio de Abogados de México, A. C., ilustró que en materia penal hay que estar siempre atentos, invariablemente despiertos; un proceso criminal es una acción dramática; suele ocurrir que mientras se escuchan resonar las últimas palabras de la acusación, cuando se sufren los embates de la calumnia y se pone a prueba la resistencia de ésta, acontece el surgimiento y de un modo diferente de dar solución a la causa.
El proceso cambia radicalmente, toda vez que son las sorpresas del terreno en la confronta; las imputaciones formuladas se pierden, se desvanecen; la institución de la salvaguarda de los reos encuentra auxilio tornando la vela hacia vientos propicios de justicia, para dar respuesta a las preocupaciones del inocente a quien se pretendía sorprender con acusaciones fugaces.
En los procesos criminales, se imponen acertadas estrategias por parte de la defensa; la institución desempeña un papel de vital trascendencia; la defensa tiene que vigilar los más mínimos incidentes de la imputación; los alegatos en las cortes penales resultan unos verdaderos deleites; el vencedor de la causa será el que haya combatido con mayor destreza, el que demuestre que es el más fuerte, y que domina el juego jurídico, aniquilando y poniendo fuera de combate a los adversarios: el gobernante, que en ocasiones se sale de su papel demócrata y se inmiscuye imprudentemente en la contienda, en la que sólo hay golpes peligrosos que recibir; los testimonios fabricados y los cuales con frecuencia son inciertos y aún contradictorios; el Fiscal General, con su poca credibilidad resulta ser el verdadero adversario al que hay que dominar y vencer.
En el no muy lejano año del 2013, durante los finales de la época del neoliberalismo, la Drug Enforcement Administration (D.E.A., por sus siglas en inglés), sin el conocimiento, consentimiento, participación o colaboración del gobierno mexicano dio inicio a una indagatoria en contra del General Salvador Cienfuegos, ex secretario de la Defensa Nacional, nombrado en su momento por Enrique Peña Nieto, acusación mediante la cual se le pretendió responsabilizar de diversos y graves delitos como lo son tráfico de drogas y lavado de dinero.
A la referida indagatoria le dio continuidad el Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica y fue precisamente el día 20 de octubre del año próximo pasado, cuando agentes policiacos pertenecientes a la D.E.A., detuvieron al General Salvador Cienfuegos en el aeropuerto de la Ciudad de los Ángeles, estado de California, sujetándolo a un proceso criminal.
El Departamento de Justicia de los Estados Unidos de Norteamérica, cinco semanas después solicitó, mediante los protocolos internacionales correspondientes que la jueza que conocía del caso desestimara dichos cargos.
En su momento, la Fiscalía General de la República fue informada de lo antepuesto y recibió demostrativas que remitieron las autoridades del vecino país en lo concerniente a la causa criminal de mérito, siendo el caso que el día 18 de noviembre del pasado año, el general Salvador Cienfuegos, fue entregado por el gobierno de Estados Unidos a la Representación Social Federal, dependencia que lo sujetó a un procedimiento legal en territorio nacional, proceso en el que le fueron respetados sus derechos constitucionales y su correspondiente presunción de inocencia.
En cuanto estuvo a la disposición de Alejandro Gertz Manero y de la Fiscalía General de la República, se dio inicio a la estrategia planteada por su defensa particular, encabezada por el prestigio de Rafael Heredia, quien se presentó al debate erguido en actitud de combate y ataque, quien con voz firme, rápida y vibrante, haciendo eco con su mirada dominante, rompió lazos con la voz de incriminación, la cual pretendió vanamente interrumpir sus meditados alegatos y con una sola palabra: no responsable redujo al silencio dicha eventual acusación, pues la defensa denotó el talento de dar a las cosas más triviales, atractivo, color y vida
Cada actor desempeñó su papel, el acusado, impecablemente engalanado con el uniforme de los centuriones de guerra, pronunció y ratificó su calidad de inocente, previamente sostenida por su defensor particular, lo cual acreditó la institución a cargo de su defensa.
El caso criminal presentado por la D.E.A. se convirtió en una fábula, amplia comedia de cien actos electorales; todo ocurrió en breve tiempo, la incriminación perdió fuerza y fue conquistada por el encanto de los alegatos tan sustentados por la experiencia de su defensa, la imputación se dejó llevar sin esfuerzo hacia la única solución viable y jurídicamente sostenida: inocente.
Esta es la crónica de una realidad anunciada, desde el mismo momento en que el General Salvador Cienfuegos fue detenido por los agentes de la D.E.A., así se dijo y así se escribió en la columna titulada “POR EL POR HONOR DE MEXICO”.
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