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EL ÁGORA.


. OCTAVIO CAMPOS ORTIZ……………….. El abstencionismo, enemigo a vencer. El gobierno y los partidos políticos están enfrascados en luchas internas y externas sobre la sucesión presidencial. La 4T adelantó su juego y los suspirantes se placean por toda la República para que los conozcan o reconozcan y ganar adeptos -aunque la decisión ya está tomada-, y para ello recurren a la guerra sucia entre ellos, con descalificaciones, filtraciones y campañas negras. Ante ese panorama, que ha entrado en una etapa de monotonía, el presidente azuza a la oposición para que adelante los nombres de sus precandidatos, con la idea de distribuir el golpeteo y desgastar aún más a los alicaídos aliancistas. Sin embargo, ninguno de los actores políticos ha reparado en el verdadero enemigo: el abstencionismo. En las últimas elecciones presidenciales, el ganador ha sido un presidente que tiene que legitimarse en el ejercicio del poder, ya que su triunfo solo es avalado por una cuarta parte del electorado. Salvo los casos de José López Portillo que no tuvo contrincantes y de Ernesto Zedillo, usufructuario del asesinato de Colosio y el voto del miedo, ningún candidato ha vencido la apatía ciudadana, muestra del rechazo a las ofertas de los personajes o de los partidos. En el 2000, la participación de votantes fue del 64 por ciento; en el 2006, rondó el 59 por ciento; en el 2012 llegó a 63.5 por ciento, y en 2018 la afluencia en las casillas obtuvo un 63.4 por ciento del padrón electoral. Históricamente, la ausencia de votantes ronda el 40 por ciento. Si el cien por ciento del total de los sufragios emitidos es poco más del cincuenta por ciento del total del padrón, quien gane, tendrá una representación muy baja. En el 2018, la 4T “arrolló” con el 30 por ciento del padrón electoral: 30 millones de un total de 90 millones de electores. Por ello, se tienen que legitimar ante sus gobernados en los primeros meses del sexenio, donde deben convencer al 70 por ciento de ciudadanos que no creyeron en ellos. Y no siempre lo logran, trabajan bajo el escrutinio y el rechazo popular por seis años. Pero, en estos momentos, parece que eso importa poco en la 4T y en los institutos políticos. La polarización, la radicalización, el divisionismo, los ataques a contrarios y el fuego amigo centran la atención de la opinión pública, a quienes no presentan propuestas sino espectáculos de vodevil. Quien pretenda ganar en las elecciones del 2024 -en menos de 20 meses-, deberá centrar su atención en convencer a dos grandes sectores poblacionales: las mujeres, que representan más del 52 por ciento del listado electoral, las cuales han incrementado su participación cívica en los tres últimos comicios, y los abstencionistas: población masculina urbana y votantes entre 19 y 34 años, así como los viejitos de más de 80 años, a pesar del pago de pensiones. Ninguno de los aspirantes se ha detenido a atender a esos grupos sociales, entretenidos en las fruslerías de lo que suponen es la vida política. Por eso el inquilino de Palacio Nacional alienta a sus adversarios a que muestren sus cartas para empezar a descalificarlos. Los ofendidos dirigen sus baterías a contrarrestar los ataques. Nadie piensa, por el momento, como lo visualizó el ideólogo Jesús Reyes Heroles, en preparar un proyecto de gobierno y atender la máxima de primero el programa y después el nombre. Mientras tanto, la desilusión del elector se acentúa y crece el desprecio y la desconfianza en todos los partidos políticos.

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